CUENTO DE LA MEDIA MANTA
En3 septiembre, 2019 | 1 comentarios | Sin categoría |

 Un padre casó a su hijo y le donó toda su fortuna.  Se quedó a vivir el padre con los recién casados, y al poco tiempo el matrimonio tuvo un hijo.

Fueron pasando los años, uno tras otro, hasta catorce.  El abuelo, anciano ya, no podía andar sino apoyado en su bastón, no quería comer, le dolía todo y se pasaba el día quejándose.

La nuera le decía continuamente a su marido:

– Yo me voy a morir pronto si tu padre continúa viviendo con nosotros.  Me es imposible aguantarlo por más tiempo.

El marido le habló al padre de esta manera:

– Padre, sal de mi casa.  Ya te he mantenido muchos años.

– Hijo, no me eches.  Soy viejo, estoy enfermo y nadie me querrá.  Para el tiempo que me queda de vida no me hagas esto.  Me contento con un poco de paja y un rincón en el establo.

– No es posible, vete.  Mi mujer también quiere que te vayas.

– ¡Qué Dios te bendiga, hijo mío!  Me voy, ya que así lo deseas; pero al menos dame una manta para abrigarme, pues estoy muerto de frío.

El marido llamó a su hijo, que era ya un muchacho.

– Baja al establo –le dijo- y dale al abuelo una manta de los caballos para que tenga con qué abrigarse.

El niño bajó al establo con su abuelo; escogió la mejor manta de los caballos, la más grande y nueva. La dobló por la mitad, y, haciendo que su abuelo sostuviera uno de los extremos, comenzó a cortarla sin hacer caso a lo que el anciano, tristemente, le decía:

– ¿Qué has hecho, niño? –exclamó el abuelo-.  Tu padre te ha mandado que me la dieses entera.  Voy a quejarme a él.

– Haz lo que quieras – contestó el muchacho.

El viejo salió del establo y, buscando a su hijo, le dijo:

– Mi nieto no ha cumplido tu orden: no me ha dado más que la mitad de una manta.

– Dásela entera- le dijo el padre al muchacho.

– No –contestó el chico-.  La otra mitad la guardo para dártela a ti cuando seas mayor y te eche de mi casa.

El padre, al oír esto, llamó al abuelo, que ya se marchaba.

– ¡Vuelve, vuelve, padre mío! –le dijo-.  Te hago dueño y señor de mi casa.  No comeré un pedazo de carne sin que tú hayas comido otro.  Tendrás un buen aposento, un buen fuego, vestidos como los que yo llevo…

Y el buen anciano lloró sobre la cabeza del hijo arrepentido.

Comentarios 1
Joaquín Publicado el 23 enero, 2021 a las 3:16 pm   Responder

Ahora los hijos llevan a sus padres a una Residencia de Ancianos, a ser posible financiada por el Estado y, heróicamente, los visitan cada cierto tiempo para decirle a los cuidadores que a su padre/madre no les falte de nada.

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