Océano primordial
En1 marzo, 2021 | 0 comentarios | Sin categoría |

Introduje todo mi cuerpo en el océano.

Allí me quedé, en suspensión como en el útero materno, esta vez sin más cordón de unión con la vida que los hilos de luz que conseguían atravesar el agua salada, a modo de hebras capaces de zurcir el cielo y el mar.

La corriente me acunaba a su antojo y mi mente, ya sin estímulos externos, comenzó a balancearse con la misma cadencia que el cuerpo a la deriva que la contenía; ella misma quiso trasladarse a una etapa embrionaria en la que su único cometido era fluir sin ataduras, dejarse llevar.

Un estado de paz y serenidad encontró un hueco dentro de mí apoyado en el silencio de las profundidades. Mis huesos y músculos se hicieron agua, para ondularse al son de la armonía que marcaba el mar; mis ideas se hicieron agua, para mezclarse con la sal del océano.

De pronto, se callaron mis pensamientos.

Entré en un estado de ingravidez absoluto, donde se desvanecieron las referencias temporales y espaciales que definen la materia.

Un universo se formó de la nada.

Cientos de rayos de luz se cruzaban en el vacío rompiendo por completo la oscuridad, haciendo más cálido el firmamento. Marcaban caminos de vuelta, como el ovillo de Ariadna, modos de escapar de las laberínticas paredes de la noche más larga.

En un instante, desapareció toda luz y toda oscuridad, quedando tan solo la calma más absoluta, el equilibrio perfecto, la inmovilidad, el sosiego, la paz. Y yo, flotando en aquel plácido mar de intensidad calorífica sin par, me fundí con él, rendido a un delirio reconciliador.

Dejar una respuesta

  • Más artículos