Una historia de vida, para que me conozcas un poco más.
En30 septiembre, 2018 | 0 comentarios | Sin categoría |

Hace unos años viví la experiencia más dura que jamás imaginé tendría que afrontar.

Quizás te interese conocer un poco mejor mi historia o tengas curiosidad por saber cómo la viví.

Por ello es que comparto en este blog un escrito que publiqué en algunos medios y redes sociales cuando se cumplió el primer aniversario del incendió que me afectó en el Ecocentro Eluwn.

Fue mi forma de conmemorar y honrar lo vivido. Y de agradecer la ayuda recibida.

A continuación el escrito.

 

Memorias, desde las cenizas

 

De pronto unas llamaradas se levantaron como lenguas y me persiguieron.

Corrí los casi diez metros de la plataforma, salté y doblé a la izquierda porque de frente también había una columna de fuego que ardía implacable. Pero, la lengua de fuego de la que escapaba, también dobló y de pronto me ví frente a un Maitén ardiendo, encerrado por todos lados por el fuego que empezaba a quemarme, como a todo lo demás.

Levanté los brazos para cubrirme la cara, y sólo pude gritar…

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Durante prácticamente once años había vivido en Eluwn, construyendo un hogar para mí y para tantos más: trabajando en la restauración del ecosistema, plantando, regando, cuidando y viendo crecer cientos de árboles; recibiendo con alegría la llegada de tantos pájaros, conejos, zorros, perros y gatos; experimentando junto a otras personas formas de asociación y creación colectiva, recibiendo amigos, trabajando con voluntarios, organizando actividades participativas, cursos y talleres; aprendiendo y enseñando, evolucionando y creciendo en comunión con la Naturaleza.

Cada tiempo, cada momento, fue diferente. Y todos fueron hermosos.

Los primeros tiempos algo duros y románticos, viviendo con poquita infraestructura, sin luz eléctrica, con poquitos conocimientos sobre el lugar y las plantas, con árboles pequeños y casi sin resguardo del sol, con pocas habilidades desarrolladas y, al mismo tiempo, con tantas ganas de aprender, con el entusiasmo y esa saludable cuota de inconciencia propias del tiempo de infancia, que impulsaban a animarse a todo lo nuevo, a asombrarse y maravillarse con cada flor que se descubría, cada nuevo canto nuevo escuchado, cada persona que venía de visita, y cada paso que se podía dar.

La etapa siguiente nos trajo amigos que quisieron sumarse y compartir la aventura de dar forma al proyecto de ecoaldea.

Hicimos planes, soñamos juntos, armamos una y mil reuniones para conocernos, motivarnos, lograr acuerdos, formar un grupo, darle tiempo de crecer, verlo estancarse y disolverse, formar otro grupo, seguir creciendo, ir madurando, celebrar los avances con alegría, asumir algunos desencantos e intentar superar frustraciones con valentía e inteligencia, diseñar, jugar y trabajar, trabajar mucho en construir.

Siempre disfruté el pasear y descubrir nuevos espacios, nuevos lugares.

Generalmente acompañado por mis amigos Sonrisas y Nagual, perro uno y gato el otro.

Con amigos comenzamos a armar programas educativos, dando cursos y talleres para compartir lo que ibamos aprendiendo. Porque estábamos convencidos de querer asumirnos como agentes de cambio, aportar nuestro granito de arena en pos de lograr un mundo mejor, viviendo en armonía valorando con respeto toda forma de vida.

Cada taller, cada actividad, resultaba una acción transformadora para todos nosotros y para la mayoría de quienes participaban. Enseñamos y aprendimos mucho.

Había que aprender a diseñar mejor, a trabajar en equipo, a construir con los materiales que teníamos a mano, a elaborar y utilizar tecnologías apropiadas, a captar agua, a poner sistemas de riego, a plantar con eficiencia, a manejar plagas, a elaborar proyectos y conseguir financiamiento, a resolver conflictos pacíficamente, a enseñar de buena manera lo que se iba aprendiendo, y más..

En programas con voluntarios fuimos encontrando más amigos, y entre todos fuimos construyendo y preparando los espacios que creíamos eran necesarios: una construcción octogonal de unos 60 metros cuadrados a la que llamamos embajada de la paz que servía para hacer yoga, meditar, hacer clases y más, una cabaña para recibir amigos y visitantes, baños secos, un sendero interpretativo para observar y aprender de la naturaleza, uno lúdico para conectarse con la magia del lugar, baños secos y más.

No era sólo importante lo que eramos capaces de hacer sino cómo lo hacíamos. Trabajamos en equipo con voluntarios y amigos que, en general, no contaban con mayores habilidades ni destrezas.

Con corazón y buena voluntad fuimos capaces de construir lo que diseñamos.

A fines de 2009 nos afectó un incendio, que se produjo por descuido de un vecino que quiso colgarse de la red eléctrica para regar sus frutillas.

Acudieron bomberos y controlaron el incendio antes que nos afectara. Pero no se quedaron a rematar el fuego, y cuando sopló el viento volvió a encenderse. Ahí sí nos llegó, y quemó cerca de 9 hectáreas de nuestro terreno.

Ninguna persona resultó dañada, tampoco las construcciones. Pero el trabajo de restauración, los árboles que vimos crecer, el sendero lúdico, el terreno y mucha fauna sufrieron daños.

El terremoto que hubo un par de meses después no nos trajo prácticamente ningún inconveniente.

Ya estábamos trabajando con amigos voluntarios en la recuperación, en la restauración del sitio.

Y la esperanza se renovaba cada vez que veíamos surgir un nuevo brote de entre las cenizas.

Observando cómo la misma Naturaleza se iba recuperando después de un impacto tan fuerte, fuimos aprendiendo qué había que tener y qué se podía necesitar para vivir en esa zona.

Trabajamos fuerte en la recuperación y mejora de todo.

Plantamos cientos de árboles, los cuidamos y los regamos. Planificamos e instalamos acumuladores de agua. Fomentamos el trabajo asociativo con la comunidad local, nos capacitamos y formamos equipos de ayuda para combatir incendios forestales, articulamos campañas educativas en los colegios y de prevención para nuestra localidad. Nos equipamos y fortalecimos las relaciones con nuestros vecinos.

Parecía como que aquél incendio nos trajo nuevas fuerzas, porque dió un buen impulso para dar un paso adelante con el grupo central de amigos que participaba en Eluwn, conseguimos fondos y construimos nuestra casa comunitaria: grande, sencilla y hermosa, que nos permitió realizar allí montones de actividades con amigos, con visitas, con voluntarios, haciendo cursos, recibiendo grupos de acción efectiva de nuestra comuna y de las comunas vecinas.

¡Cuántas vivencias! ¡Cuántas aventuras! ¡Cuántas sonrisas se dieron y se recibieron allí!

Al poco tiempo después de haber terminado la construcción, el envión me llevó a comenzar la construcción de mi propia casa.

Después de tantos años de haber estado mayormente enfocado en las áreas del proyecto que buscaban facilitar la inclusión de otras personas, los aspectos comunitarios o la infraestructura para realizar actividades colectivas que son fundamentales para proyectos del tipo de Eluwn, dedicarme a construir mi casa de era importante para mí. Y no sólo para mí sino para Paula, mi pareja, y sus hijas. Mi familia.

Hacía tiempo que veníamos necesitando contar con un espacio propio que nos permitiera desarrollarnos y crecer como núcleo y, también, dar lugar especial para cada uno como individuo.

Para nuestra pareja significaba el punto inicial desde el cuál proyectarnos juntos hacia adelante, seguir dando forma a los sueños y atrevernos a más.

Para Paula, además, significaba atender un anhelo personal muy profundo.

Decidimos hacerla como podíamos, a mano, con nuestras fuerzas y habilidades, con el dinero que éramos capaces de ir juntando, dedicando los tiempos que podíamos, ayudados por amigos. En definitiva hecha a pulmón: con mucho amor y dedicación para que resultara todo lo bonita y acogedora que deseábamos.

El proceso no fue tan corto como esperábamos. Hubo meses que no pudimos avanzar por falta de dinero, de energías o de tiempo.

En el camino tuvimos que despedir a nuestro fiel amigo y compañero, Sonrisas, que participó de todo el proceso de Eluwn desde su inicio. Vivió con alegría, nos llenó de amor, y murió con hidalguía.

Fue uno de los grandes maestros con quienes aprendimos tanto.

Al tiempo fueron apareciendo, de a una, perdidas y abandonadas, dos perritas simpaticonas que pasaron a ser parte del núcleo familiar. La Flaca y la Lauchita. Puro amor las dos, tan agradecidas de haber sido adoptadas, con tantas ganas de jugar, de acompañar, de amar.

Con tantas ganas de vivir.

¡Por fin pudimos terminar la construcción de nuestra casa! ¡Estábamos realmente felices con ella!

La hicimos de dos pisos, toda de madera, el piso de abajo revestido con barro, con cuatro habitaciones en el piso de arriba, dos balcones, una terraza grande, toda rústica y artesanal, fresca, acogedora, y con una vista de mil maravillas.

Una casita sencilla, nuestra casa de los sueños.

Nos mudamos en diciembre.

Mientras tanto, si bien el grupo del círculo interno de Eluwn afrontaba una etapa de estancamiento, con una serie de dificultades en las relaciones que impulsaban a buscar soluciones transformadoras, en el terreno estábamos pasando por una etapa ideal, con visitas variadas y significativas, un programa de woofers y voluntarios que funcionaba perfecto, amigos que comenzaban nuevas etapas en sus vidas instalándose en Eluwn: los árboles bien atendidos, cuidados y regados, las plagas controladas, el huerto renovado, la vida amable y compartida.

Las perritas también estrenaron casa nueva y yo me propuse realizar nuevas actividades de formación, más completas y profundas…

Fue un día viernes 13 de marzo, yo había recibido a dos chicas muy macanudas, interesadas en conocer y saber más sobre un curso anual que estábamos organizando.

En un terreno vecino, a unos 500 metros, desde la mañana, se había prendido un fuego no muy grande que parecía estar bajo control. Llamé a Bomberos y a Conaf, y dejé agunas cosas preparadas por si se complicaba la situación. El viento nos favorecía soplando para el otro lado, no corríamos tanto peligro de momento. Un helicóptero podía apagar ese fuego en un instante.

El fuego pareció extinguirse en un momento, pero luego volvió a avivarse. Estuvo así por unas horas.

Una de las chicas estaba algo asustada y yo la calmaba.

La situación no parecía tan peligrosa de momento, y ya habíamos pasado por algunas situaciones similares algunas veces.

Si cambiaba el viento ellas tendrían que tomar su auto e irse. Yo tenía que subir a los animalitos a mi auto y llevarlos a un lugar seguro. Y después ver si podía volver e intentar salvar mi casa del fuego, esperando recibir ayuda de bomberos y brigadistas de Conaf.

El viento cambió. Y no dió tiempo a mucho.

Las visitas pudieron irse tranquilas. Yo busqué a los gatos, pero asustados sobre un techo no hubo manera de bajarlos. En tres minutos el fuego increíblemente había llegado a nuestro terreno, y amenazaba la casa comunitaria. Nada podía hacerse al respecto.

Subí una perrita al auto y la otra se escondió debajo. Estaban en un camino que servía de cortafuegos y parecía un lugar mas o menos seguro.

El fuego seguía avanzando, y como no pude hacer mucho para reunir a los animales, me dispuse a hacer lo necesario para evitar que se quemara mi casa. La mojé, regué el derredor, corté las ramas de un árbol que podía resultar peligroso, me coloqué la bomba de espalda y esperé tranquilo, en un lugar seguro.

Nunca vi un incendio así. Las llamas lo abrasaban todo, subían, se arremolinaban y volvían hacia atrás. No había mucho viento, y eso hacía que el fuego no pasara de largo.

A pesar de todo, mantuve la calma. Cada vez que algo se encendía cercano a la casa, yo lo extinguía con rapidez. La situación era difícil pero estaba en cierto control.

De pronto unas llamaradas se levantaron como lenguas y me persiguieron.

Corrí los casi diez metros de la plataforma, salté y doblé a la izquierda porque de frente también había una columna de fuego que ardía implacable. Pero, la lengua de fuego de la que escapaba, también dobló y de pronto me ví frente a un Maitén ardiendo, encerrado por todos lados por el fuego que empezaba a quemarme, como a todo lo demás.

Levanté los brazos para cubrirme la cara, y sólo pude gritar…

Por un segundo pensé que ese era mi final, que había llegado la hora de mi muerte, y no lo podía creer. No podía creer que todo terminara de esa manera.

Recordé la pélícula El Gran Pez y pensé: “No puedo morirme así!”

Saqué fuerzas de alguna parte, salté para el costado hacia mi casa, abrí la puerta, corrí a la ducha y me mojé entero.

Sentí un alivio inmediato pero no me relajé, sabía que no podía quedarme allí porque la casa iba a prenderse. Corrí hacia la puerta nuevamente y ví que la casa estaba intacta, aún no se había encendido. Me calcé la bomba de espalda y continué combatiendo el fuego.

Sólo había un espino que hacía peligrar la casa.

Pensé que si lograba salvarlo, quizás podría salvar la casa también.

Cuando lo estaba mojando, ví que del otro lado, el que era el más seguro, donde no habían pastos altos ni árboles, en el segundo piso ya se había encendido un fuego que yo no sería capaz de combatir.

No había nada que hacer y yo no podía quedarme allí.

Tenía conmigo las llaves del auto y, cuando quise asomarme para ir hacia el y escapar con las perritas, unas columnas de fuego me impidieron pasar.

Todo, absolutamente todo, era fuego a mi alrededor.

Con el corazón apretado supe que no podía hacer otra cosa que escapar abandonando todo y a todos.

Me fuí caminando lo más rápido que podía por el cerro. Subí un poco y luego bajé en diagonal hacia el estacionamiento. Miré hacia abajo una vez y ví como todo se quemaba. No podía quedarme allí porque iba a quemarme yo también.

Recuerdo haber mirado al pasar la colmena de abejas que estaba al lado del estacionamiento, ellas parecían estar bien.

El fuego seguía avanzando asi que apuré el paso y, al llegar a la entrada de Eluwn, me encontré con unos vecinos con camioneta, también había un bombero. Se preocuparon al verme y me dijeron que corriera, que el fuego seguía avanzando. Les pasé las llaves de mi auto y pedí que por favor fuesen a salvar a las perritas.

Caminé apurado unos cien metros más cuando, en la bajada, llegaron con la camioneta y me hicieron subir.

Yo estaba dividido en mis sentimientos, por un lado agradecido con ellos por ayudarme, y al mismo tiempo comprendía que nadie iría a salvar a las perritas. Eso era lo que me preocupaba en ese momento.

Me llevaron abajo, y en la casa del vecino esperaba un patrullero con dos carabineros que me llevaron en dirección a la posta médica y llamaron por radio a la ambulancia.

En el cruce de El Yali nos cruzamos con la ambulancia y me traspasaron a ella.

El paramédico me hizo las preguntas de rigor, yo estaba totalmente conciente y lúcido, y le pasé mi teléfono celular pidiéndole que llamara a Paula para avisarle lo sucedido y que fuera a salvar a las perritas.

Me llevó a toda velocidad a la posta de San Pedro, contándome que seguramente me iban a tener que trasladar al hospital de Melipilla.

Yo le dije que estaba bien, pero que fuera más lento porque podíamos chocar y no íbamos a llegar.

Por suerte no me hizo caso.

En San Pedro me pusieron una mascarilla para inhalar oxígeno, y me dormí…casi por dos meses.

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Me desperté el 28 de abril, y tardé más de una semana en darme cuenta que estaba más o menos despierto. Estaba en la Posta Central, rodeado de enfermeras macanudas, técnicos y doctores que se alegraban mucho que, al fin, hubiera despertado.

Estaba mi mamá, y también venía Paula. Se turnaban para visitarme un día cada una.

Ellas me iban contando todo lo que había pasado desde entonces. Que todo se había quemado, que todo se había perdido. Las perritas habían muerto, a la gatita no la encontraron pero que, increíblemente, mi gato Nagual se había salvado y lo habían encontrado unos buenos amigos dos días después del incendio. Ël y yo fuimos los únicos sobrevivientes.

Al estar en coma tuve muchos sueños vívidos.

En todos ellos sabía que había ocurrido el incendio y que yo había escapado.

En los sueños, mientras me estaba sanando pasé por montones de situaciones difíciles: persecuciones nazis, negligencias médicas en centros médicos alternativos que eran propiedad de amigos y conocidos míos, situaciones terminales y desesperantes. No había posibilidad alguna de escapar.

En todas yo luchaba para vivir y ponerme bien.

Fué difícil hacerme entender que esas cosas habían ocurrido sólo en el terreno de mi imaginación y no en la realidad. Eran tan vívidos los sueños que yo creía que era lo que había sucedido.

Aún recuerdo las historias con lujo de detalles.

Durante los primeros días que desperté, por las noches, tuve un sueño muy recurrente que contenía mensajes importantes para mí.

Cuando los comprendía, se los contaba a una de las enfermeras que me cuidaba y que también le parecía que se trataba de mensajes importantes.

El sueño comenzaba conmigo de pie frente a dos Maestros espirituales.

Ellos me preguntaban si yo sabía cuál era el verdadero sentido de la filosofía. Yo daba una respuesta de manual, como para salir del paso. Y ellos me decían que no, que eso era la manera común en que se entiende ahora, pero que el verdadero sentido del estudio o análisis de la vida era intentar comprenderla para poder vivir una vida de “impecabilidad”, entendiendo esto como vivir en corcordancia estos tres elementos: los ideales, el corazón y las acciones.

Luego me preguntaban si quería ir y conocer algunas personas impecables, y yo decía que sí.

Aparecíamos en el departamento de un arquero de fútbol brasileño, en Río de Janeiro, y apenas yo pensaba: “¿Este es el ejemplo de una persona impecable?”, los Maestros me decían que tenía que aprender a no prejuzgar, que ese hombre se rebelaba contra lo establecido en su ámbito, que él mantenía un espíritu idealista y amateur en un medio sumamente corrupto y que nada lo movía de su centro. A pesar de sufrir presiones y amenazas de corporaciones y grupos que se veían perjudicados por su intransigencia, él se mantenía fiel a sus principios.

Luego llegaba un sociólogo brasileño que era muy famoso, y otras personas.

En un rato le comunicaban al sociólogo que habían asesinado a uno de sus hijos.

El golpe lo sacudía y lo hacía llorar, pero un rato después se le oía decir que habia que continuar adelante.

A mi me sorprendía su entereza, y preguntaba a otros: “¿cómo podía ser que se sobrepusiera tan pronto?”. Me respondían que no había alternativa y que, al fin de cuentas, todos sabían que eso era lo que les iba a ocurrir a todos.

En instantes aparecíamos en una situación donde entraba un ejército armado y abría fuego sobre todos los que allí estaban. Todo se bañaba en sangre. Yo lloraba sin consuelo alguno y preguntaba: “¡¿Por qué, por qué siempre tiene que terminar todo mal?!”

Aparecían los Maestros y me decían que si me parecía realmente malo el final, y si querría que el final fuese otro. Yo les decía que sí, que realmente quería que fuese otro el final.

Entonces se repetía el sueño.

Todo era igual, salvo el detalle de que el arquero de fútbol no era el brasileño sino un argentino.

Y luego de comunicar la muerte del hijo del sociólogo brasileño, no sucedía mas nada.

Ninguno era asesinado, todos se quedaban tranquilos aunque algo apagados.

Pregunté qué es lo que había pasado y los Maestros me contaban que nada sucedía, porque el futbolista se había vendido.

Había traicionado sus ideales y convicciones, ya no éramos molestia para nadie.

Me preguntaron si ese final me parecía mejor que el anterior, y yo estaba convencido que no.

Se había perdido algo que era esencial, y nada tenía mucho sentido.

Cuando desperté le dije a mi mamá: “Quiero ser más jugado, más natural y comprometido. Así quiero vivir!”

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Poco a poco fui mejorando, gracias al excelente cuidado recibido de todos los doctores, enfermeras, técnicos y personal de la Posta Central; también gracias a la enorme red de apoyo y ayuda que formaron y pusieron en funcionamiento tantos amigos, grupos de personas en Chile, Argentina, Israel, Australia y en tantas partes del mundo; en los momentos de mayor debilidad, estoy convencido que fue la fuerza del amor y el cariño de tantos el que me sostuvo.

A medida que Paula o Margarita me iban contando, leyendo cada mensaje de aliento, cada persona que decía que se vió inspirada por algún trabajo o acciones de las que hicimos en Eluwn, me emocionaba tan profundamente que no podía dejar de llorar.

Lloré de emoción y pena todas las noches, durante dos meses.

Internado en el hospital tuve que afrontar muchas aventuras, sacar fuerzas de alguna parte y superarme.

Estuve infectado por unas cuántas bacterias que eran difíciles de encontrar y erradicar, tenía fiebre altísima, había perdido toda la musculatura y ni siquiera podía levantar la cintura de la cama; debía demostrar que era capaz de tragar para que me quitaran las sondas y me dieran líquidos para beber; lo mismo masticar; y otro gran desafío era volver a hacer mis necesidades.

Todas esas cosas que normalmente hacemos a diario sin darnos cuenta, todas esas cosas se habían convertido en desafíos y aventuras que, el sortearlas, constituían verdaderas proezas.

Lejanos habían quedado los tiempos de autonomía, de hacer casas, huertos, tecnologías, y de vivir en un cerro.

Me sorprendía ver cómo en tan poco tiempo había perdido todas mis fuerzas y mi capacidad de valerme por mi mismo. Ya no era capaz de hacer nada sin ayuda, y por eso pude valorar mucho más toda la que recibí.

Toneladas de energía y pensamientos positivos de personas y grupos enfocados en colaborar con mi sanación. Sé bien cómo afecta, cuánto influye toda esa ayuda.

También sé que mi vida no me pertenece sólo a mi. Afecta a tantos, y al Todo.

Ponerme de pie y caminar fue un proceso sumamente difícil y doloroso.

Lo logré muy de a poco con la ayuda de los kinesiólogos.

El primero de junio me dieron el alta y continué mi recuperación en la casa de Paula y en el Cesfam (Centro de salud Familiar) de Los Castaños, en La Florida.

Allí encontré más gente maravillosa que me ayudó a avanzar en mi sanación atendiendo muchos frentes: la recuperación de los músculos de las piernas, la movilidad en las manos, los brazos y el tronco, las horribles y profundas escaras en los pies.

Conocí muchas personas mágicas, dedicadasal servicio con todo lo mejor que tienen.

Gente con entrega de corazón.

Como no podía siquiera levantarme de una silla, tuve que acudir al apoyo de un grupo de amigos que se turnaban para bajarme y subir las escaleras de la casa y llevarme a las curaciones durante los primeros meses.

Fue una etapa sumemente dura de sobrellevar. Muy dolorosa.

La picazón se hacía insoportable, los dolores eran la moneda corriente, mucho esfuerzo, algunos logros, nuevas infecciones, más dolores, inyecciones, retrocesos…¡Qué difícil se hacía mantener una mentalidad positiva!

Recibí montones de visitas, ayuda económica, con ropa, materiales, computadores, cama, de todo.

Amigos que me hicieron reiki, terapias florales, energéticas, cromáticas, con piedras, con láser, biomagnetismo, aromaterapia, fitoterapia, constelaciones familiares, magnified healing; me trajeron cremas especiales, aceites para regenerar la piel y las células. Todo el apoyo fue fundamental.

Cada mañana por las redes sociales mi grupo de amigos desde siempre se dedicaban a darme aliento, a insuflarme ánimo para que le pusiera ganas, que no me quedara estático ni me viniera abajo, y me decían que todo esto era una enseñanza de vida también para ellos.

Mucha gente me escribió por las redes sociales, recibí muchos mensajes inspiradores.

Y mucha gente me visitó: amigos de Chile, amigos y familiares que viajaron de Argentina e Israel, amigos de Francia: todos me dijeron lo importante que era para ellos poder estar, poder acompañarme. Estoy seguro que no tienen ni idea de todo el bien que me hicieron.

Me apoyé en todo esto para tirar para arriba e intentar salir adelante.

Y muy especialmente en el apoyo incondicional de Paula y de mi mamá, que se llevaron la peor parte por estar conmigo siempre: el soportarme con mi peor mal humor en tantos momentos y ocasiones.

Poco a poco el dolor fue cediendo, se iba disipando a medida que iba mejorando.

Mi amiga Dinka me llevó a ver a Tom Heckel, un canalizador amigo que me dió un mensaje que también me resultó de suma importancia.

Me dijo que el proyecto que estaba llevando adelante, había nacido de mi corazón y que eso no podía quemarse. Que, es cierto, se había quemado mucha vida y la infraestructura…pero que lo esencial no podía quemarse porque estaba vivo en mí y en tantas personas que pudieron compartir esa energía.

No había una sola razón para explicar el o los porqué de lo que había sucedido, pero había una mirada muy necesaria a desarrollar y era el agradecimiento al milagro de estar vivo.

Porque estar vivo, realmente, era un verdadero milagro.

Entonces hay muchos motivos para celebrar y disfrutar. Y mucho trabajo por hacer aún.

Tom vaticinó una buena recuperación en un plazo de un año.

Por ese entonces, casi sin darme cuenta, entré en una nueva etapa.

Como las anteriores requirió bastante esfuerzo y la mentalidad de superación, pero a medida que iba desapareciendo el dolor, los miedos se disipaban, y resultaba mucho más sencillo sentir verdadera alegría y agradecimiento por estar vivo.

Para potenciar ese estado, seguí restringiéndome la posibilidad de quedarme pegado en el pasado.

Cada tanto podía, a veces junto a Paula, llorar y lamentar lo sucedido. Ver los árboles, sentir los aromas, estar un minuto imaginariamente allí, ver mi gatita, las perritas y…tenía que salir pronto de allí, porque no me podía quedar.

Continuaron ayudando los amigos, organizando eventos, algunos a los cuáles pude asistir y participar por lapsos cortos primero, cada vez más largos con el tiempo.

Comencé a bajar las escaleras, a caminar con dos bastones, después con uno, y a intentarlo sin ayuda.

Volví a trabajar dictando un curso de numerología, tema que me apasiona y sirve para seguir aprendiendo distintos aspectos de la vida.

Comencé a ir al baño solo, luego a bañarme, cada paso fue un logro fruto del esfuerzo, y fue disfrutado, celebrado y valorado.

Mucha gente del servicio médico se vió sorprendida por lo rápida y buena que ha sido y que sigue siendo mi recuperación. Se preguntaban qué habrá sido lo que influyó, qué ingredientes habrán servido a que todo resultara así.

Yo pienso que fue una mezcla, una confluencia de elementos, pero principalmente el Amor.

Amor por la vida. El amor de los amigos.

Eso fue. Eso y la música de rock.

Cada caminata, cada dolor de pie o de piernas, se hizo más fácil de llevar con alegría, con música que entusiasma y levanta el espíritu. Con letras y mensajes que invitan a conocerse, a levantarse y rebelarse contra lo establecido, contra aquello que achata y aplasta.

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Poco tiempo atrás, mi amiga Luisa, organizó una sesión de respiración continua para lograr una conexión profunda.

Mientras hacíamos la respiración, nos invitó a conectarnos con el momento en que nacimos.

El lugar al que mi conciencia me llevó fue a Eluwn, aquél viernes 13 de marzo del 2015, justo en medio del incendio.

Cuando me quemaba, me ví salir de mi cuerpo y elevarme.

Unas formas amables me decían que confiara que estaba bien, que ellos me estaban protegiendo.

Me preguntaron si quería visitar mi casa, y les dije que sí.

Me llevaron al piso de arriba, que ya se estaba quemando.

Pasamos por el fuego y vi cada cosa con detalle: los muebles, la ropa colgada en los placards, la cama ordenada.

Veía por las ventanas como afuera todo se quemaba y me dolía.

Vi que las perritas, los gatitos y muchos árboles también se elevaban por sobre el fuego.

Una voz me hablaba, me decía que habían múltiples motivos y razones para cada cosa que sucede en la vida. Que no hay una sola explicación.

Me dijo que para el espíritu un alimento necesario son las ofrendas. Que la gente de antaño sabían bien acerca de esto, pero que hoy en día no se encuentra muy presente el concepto.

La voz añadió que para que esas ofrendas fuesen realmente útiles, tenían que ser cosas buenas las que se quemaran.

Me mostraban mi casa y me decían que eso era algo realmente bueno, porque fue hecho con amor.

Trajeron hacia mi a las perritas y me dijeron que no había más buenas que ellas dos. También la gatita.

Me mostraron todo Eluwn y me dijeron que todo allí era bueno, lo que había y lo que habíamos realizado allí. Una ofrenda al espíritu hecha en vida.

En este caso la ofrenda había sido distinta, con fuego. Y ellos querían agradecerme por haber sido parte de la ofrenda, por haberme entregado.

La experiencia ha sido tan dura y dolorosa, como mágica y maravillosa.

Hay momentos en que siento rabia e impotencia por no haber podido actuar de otra manera, por no haber podido salvar a seres que amaba. Hay otros momentos en que sólo siento emoción y gratitud con todos los seres que me han brindado amor y me han acompañado.

Extraño mucho Eluwn, mi hogar.

También estoy agradecido con la vida por haberme dado la posibilidad de estar aquí, compartiendo esta vida tan misteriosa, que acaricia unas veces y golpea otras, que nos permite aprender y enseñar, perdernos, buscarnos, encontrarnos, conocernos, sorprendernos, y soñar, soñar siempre con poder ponier nuestros granitos de arena para desarrollarnos, crecer y aprender a cuidarnos entre todos, respetar y cuidar a todos los seres vivos.

A disfrutar la mágica aventura de estar vivos amando en este mundo tan hermoso…

En Santiago, a 13 de marzo de 2016.

 

 

 

 

 

 

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