La reclusa
En4 marzo, 2021 | 0 comentarios | Relato corto |

La reclusa

 

Está a punto de anochecer. En invierno alrededor de las seis de la tarde la noche comienza a caer rápidamente. Tengo mil escritos que redactar encima de la mesa de mi despacho. Un indulto, un recurso de reposición, un recurso de apelación penal, varias peticiones de grado penitenciario y algún que otro más que estará anotado en mi agenda. Me asomo por la gran ventana de gruesos marcos de madera color miel. Gracias a que decidieron diseñarla desde el techo hasta el mismo suelo, puedo observar el asfalto de la calle Orense de Madrid. Tengo buenas vistas y mucha luz. Me siento afortunada. Estoy pensando en el trabajo que tengo que realizar en la hora siguiente. En media hora tendré que coger uno de los coches del despacho de abogados y salir pitando para la prisión de Carabanchel mujeres. Justo me toca salir a la hora en la que hay más tráfico en la ciudad. Es el momento en que los ejecutivos de las oficinas regresan a sus casas, los niños regresan de sus colegios e institutos o de actividades extraescolares, así como otros muchos salen por el mero hecho de salir a darse o paseo, ir de compras o merendar en alguna cafetería.

Me siento un poco nerviosa. No me tengo que enfrentar en la sala de vistas a ningún oponente, ni al fiscal, ni a las caras que suelen poner los jueces, lo que va a ocurrir dentro un rato es una situación muy diferente. Es una de esas ocasiones que seguramente muy pocas personas vivan a lo largo de su existencia. Voy a acompañar a una cliente que se encuentra en busca y captura por un delito contra la salud pública, en su entrada en prisión. Se ha presentado voluntaria para cumplir su condena, porque no quiere estar perseguida por la justicia. No tiene antecedente penales. Como es madre de una niña de tres años que no quiere dejar a si hija con nadie de su familia, que son de raza gitana, como ella. Así que Rosario Mocayo entra voluntaria en el prisión de Carabanchel madres y toda la familia va a ir a acompañarla en su despedida.

Me pongo a reorganizar la mesa del despacho antes de salir, dejo mi agenda preparada con los trabajos que tengo que realizar al día siguiente y me dirijo a la secretaria para comprobar qué coches hay disponibles. Cojo la carpeta con toda la documentación que ha preparado una compañera en el Juzgado por la mañana para el ingreso el prisión de Rosario, las llaves del coche y me pongo en marcha.
A las seis treinta ya es totalmente de noche en Madrid. No quiero que este trámite, llamémoslo así, se demore más de la cuenta. Cuando termine tengo que regresar con el coche, aparcarlo en la zona de Azca, cuestión más que complicada. A las ocho y media termina mi jornada de trabajo. Me gustaría regresar a mi casa en el mismo tren, como hago todos los días. Es jueves, así que la semana ya va pesando. De Nuevos Ministerios a Fuenlabrada aproximadamente el trayecto dura una hora, justo llego a mi casa a la hora de cenar.

No me gusta fumar en ningún coche, no lo hago casi nunca. Hoy va a ser una excepción, porque voy mas nerviosa de lo normal. Se supone que fumar provoca más nerviosismo porque te acelera el pulso cardiaco, pero los fumadores pensamos que nos relaja. Somos así de absurdos. Así que saco un cigarro de mi paquete de tabaco Malboro, pulso en encendedor del coche, que en menos de un minuto se ha puesto rojo incandescente. Mientras expulso el humo por la ventanilla miro que el tráfico está mas fluido que en otras ocasiones. Bajo un poco más la ventanilla del coche, abro el cenicero, que como había supuesto se encuentra hasta arriba de colillas. Me sale mi vena gruñona. Maldigo a los compañeros que han estado fumando y no han sido capaces de vaciarlo. El coche huele a una mezcla entre humo de tabaco y ambientador con olor a a fresa. El aroma perfecto, me digo.

Entrando por la Avenida de los Poblados voy pidiendo a todos los ángeles y la providencia para que encuentre un buen aparcamiento. Hace frío porque estamos en invierno. En la ciudad de Madrid hace un frío seco. Como no hace viento la sensación térmica es buena, al menos no está lloviendo lo que hubiera complicado el tráfico enormemente. Decido aparcar finalmente en el aparcamiento que hay en la plaza de Aluche, en frente de las estaciones de metro y de autobús. Ha sido la mejor opción, así solo tendré que caminar menos de diez minutos hasta llegar a la entrada de la prisión.
Salgo del coche, me pongo el abrigo, cojo mi bolso y la carpeta con toda la documentación. Mientras me voy acercando a la gran puerta de hierro, veo un inmenso grupo de personas reunidos, hablando en un tono bastante alto. Cuando ya estoy practicamente junto al grupo pregunto por Rocio Montoya. Nadie se ha percatado de que estoy allí, de pie, junto a ellos. Vuelvo a pronunciar su nombre de nuevo. El de la mujer que ser va a convertir en reclusa en menos de una hora. Como siguen sin escucharme, ni nadie me ha mirado, definitivamente decido decir el nombre a voz en grito. De pronto toda la muchedumbre se queda callada, se giran y se me quedan mirando. De repente alguien dice.

—-Anda, si es la Eva que ha venido del despacho de abogados—-
—Le contesto—- Sí vengo del despacho, pero soy Ana—-
—-Vuelvo a preguntar, dónde está Rocio Montoya, y por fin una mujer con una niña en los brazos, sale del centro del círculo que han formado familiares y amigos, hasta ponerse en frente de mi—Soy yo, me dice.

Otra voz que no reconozco quien es, solo alcanzo a deducir que es una voz de mujer, ya que debe de haber reunidas más de treinta personas, dice casi gritando: —- bueno, esperamos que traigas todos los documentos bien hechos—- no queremos poblemas con la Rosarito——

—No, no—contesto—- está seguramente todo en orden, vamos a acercarnos a la garita donde están las primeras funcionarias para que comprueben que todo está bien—- Le pido a Rosario su documento nacional de identidad, y se lo entrego también, junto con el libro de familia, para que comprueben la identidad de la menor, y su vínculo con la madre.

La funcionaria está revisando toda la documentación, mientras hace una llamada para comprobar algunos datos. Fuera hay una mezcla entre tensión y tristeza que se palpa en el aire. Tengo a parte de un grupo pegados a mi, sin ninguna distancia que nos separe, algo que me incomoda un poco. Al intentar girarme para distanciarme al menos un metro y sujetar el bolso que llevo colgado debajo de mi brazo, que también agarro con el cuerpo, escucho otra voz que me habla.

——Chocho no te sujetes tanto el borso que no te vamos a robar—— e inmediatamente después se echan a reir todos los que la han escuchado decir la gracia.——

Dentro de la garita el tiempo se ha detenido. La funcionaria está tardando más de lo normal en revisar la documentación. Cada vez hace más frío. La tensión va creciendo por momentos entre los familiares de Rosario. No es nada fácil tomar una decisión de este tipo. Una vez que la has tomado, esperando en las puertas para pasar nueve meses privada de libertad, con una niña tan pequeña en los brazos, te invaden el miedo y la angustia. Te da tiempo a volver a pensar si has tomado la mejor decisión e incluso a arrepentirte, darte media vuelta y salir corriendo. Eso es al menos lo que pensaría si fuese yo, quien me encontrase en esa misma situación.

Escucho el ruido de la ventana al deslizarse por los railes al abrirse y me acerco a la garita de la funcionaria. En los documentos que ha redactado el Juzgado con la orden de ingreso en prisión, se ha transcrito mal el nombre de la niña y no puede entrar a cumplir la condena hasta que no se rectifique el error. Directamente me digo, tierra trágame. Solo pido en ese preciso momento que se abra el asfalto por el medio para poder desaparecer en sus profundidades en segundos. La funcionaria me devuelve el documento de identificación de Rosario y el libro de familia, así como los demás documentos donde se encuentra el error.
Se vuelven a acercar todos a mi. Les digo lo que ha sucedido. Que Rosario no puede ingresar esa noche en prisión por el error en la transcripción del nombre de su hija. Se comienzan a escuchar gritos, insultos, lamentos y hasta sollozos de la misma Rosario que minutos antes había estado abrazando y besando a todos sus familiares para despedirse de ellos. Quieren saber quien es el culpable. Tiene que haber uno. Es imprescindible que encuentre un responsable de tan tremendo error. Comienzan a recriminarme a mi. Soy una inútil que no sirve para nada. Además de otros adjetivos descalificativos que mejor no nombro. Les explico que no he estado presente en la mañana en ese trámite en el Juzgado, que ha sido otra compañera. Quieren saber a toda costa, quien es. El nombre de la culpable. Les digo que lo desconozco, que estaba haciendo otros trabajos, que esa no es mi labor. Intento calmarles a todos los que se han puesto tan nerviosos. Les comunico que mañana alguno de los abogados del despacho volverá al Juzgado para rectificar el error y dejar todos los documentos de forma correcta. Algunos de los familiares comienzan a decir que es un error de na, que no comprenden que no pueda ingresar su prima, si solo se han equivocado en una letra de naaaa. Les pido disculpas en nombre del despacho para calmarles un poco. Ha sido un buen intento, pero no hace mucho efecto. Me miran con cara de asco. Con ganas de darme incluso una bofetada o un empujón.

Estoy abrumada por todo lo que está sucediendo. Siento mucha empatía con Rosario. La miro a los ojos, veo la tristeza, la rabia, la frustración que tiene en ese momento. Su rostro muestra fatiga, cansancio, ha debido pasar mucha angustia y ansiedad durante toda la semana. Sobre todo esas horas previas antes de acudir a la puerta de la prisión de Carabanchel mujeres. La admiro, es una mujer valiente, que no quiere sentirse al margen de la ley, por un error que ha cometido. Es valiente por la decisión que ha tomado. Por entrar a cumplir condena con su hija, con la que se encuentra muy unida. Es una buena decisión. La niña tiene una edad en la que con quien mejor está es con su madre. Las presas pueden cumplir condena con sus hijos hasta que estos tienen seis años. El vinculo con la madre es muy fuerte desde el nacimiento hasta los siete años de edad.

En pocos minutos el gran círculo familiar se va desvaneciendo. Se va transformando en pequeños grupos, en hileras que van caminando por la acera. El grupo se fragmenta en dos. Toma dos direcciones opuestas. Siguen hablando unos con otros. Volviendo a repetir todo lo que acaba de suceder. Me estoy despidiendo de ellos. Sobre todo intento dar unas palabras de consuelo a Rosario para decirle que mañana o pasado, cuando todos los documentos estén perfectos le volverán a avisar del despacho para que acuda de nuevo a la prisión. Esa vez será la ocasión perfecta. Estará todo bien. Le digo que confíe en mis palabras.
Mientras me alejo sigo escuchando voces que me gritan en la lejanía. Más le vale a tu jefe que prepare bien todos los documentos de la Rosario, si no quiere que nos presentemos allí todos para pegarle una paliza. Esta es la frase para el cierre de una experiencia tremenda. Que me ha dejado helada. Han bajado por los menos dos o tres grados más, por lo que estaremos a cinco grados. Al caminar observo como sale el vaho de mi respiración, así como la niebla que está empezando a adueñarse de las luces de la ciudad. Miro el reloj. Compruebo que con un poco de suerte puedo llegar al tren de las 20:45. Acelero el paso y sonrío.

 

Yolanda López

@oleadasdeletras

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