Muchas son las leyendas que habitan entre los muros de castillos, casas y museos en las zonas de la Castilla más profunda de la península Ibérica. España, que social y geográficamente es un país muy diverso, tiene muchas y variadas leyendas. Si bien, algunas son transformaciones de otras y la gran mayoría son formas distintas de querer representar lo mismo: al demonio o a la muerte. En este sentido, una de las grandes leyendas castellanas y que ha tenido mucha repercusión en la literatura española, ha sido la conocida como “Estantigua” o versión castellana de la “Santa Compaña”. Esta leyenda comienza así:

“A poco de hora, venir muy grandes gentes

Con ciriales en manos e con cirios ardientes

Con su rey emedio, feos e non luzientes”

Representación de la «Estantigua» o Hueste Antigua

Estos versos fueron escritos por Gonzalo de Berceo en el vigesimoquinto y último de los Milagros de Nuestra Señora, que tiene por protagonista a uno de los personajes más famosos de la Edad Media: Teófilo el Penitente. En este milagro. Teófilo, que era un clérigo despechado, recurre a un judío amigo de hechicerías quien le aconseja que, para conseguir el puesto que quería y se le había negado, llamara a su puerta de noche donde vio una procesión de gente ya arqueada, que se conoce en Castilla como “Entantigua” o “Hueste Antigua

El judío, que no era más que un brujo, advirtió  al pobre protagonista de que no se santiguara cuando viera al rey, pues éste era el demonio quien le obligó a firmar un pacto a cambio de su alma. Pierde su sombra y adquiere una palidez mortal. Teófilo, arrepentido, se dirige a rezar ante la Virgen quien, a través de su intercesión, lo libra del infierno.

Pero éste no fue el único testimonio sobre la Estantigua. En Medina del Campo, en el año 1605 se imprime por Cristóbal Lasso Vaca el libro de “Los entretenimientos de la  Pícara Justina”  quien alude al mito de la siguiente manera:

“A lo mejor de mi miradura entró gran tropa de canónigos vestidos de blanco, las camisas sobre el sayo, que iban entrando al coro por diferentes puertas: yo, como era la primera vez que vi cosa semejante, pensé que era la hueste…”.

Pero no sólo la gente de los lugares del centro de Castilla conocía  la estantigua: el gran hidalgo manchego, Don Quijote de la Mancha, se encontró (o al menos así le dictó su imaginación) con la Hueste Antigua. Miguel de Cervantes  parece evocarla en el episodio 19 de la primera parte en la que un bachiller y once frailes acompañan de noche al ataúd de un fallecido desde Baeza hasta Segovia llevando cirios grandes siendo confundidos por fantasmas  por este hidalgo y su escudero.

Esta leyenda, con el paso del tiempo, se ha ido transformando en un término más global que designa la aparición nocturna de un espectro o ser sobrenatural como se puede apreciar en escritores como Sebastián de Covarrubias o Francisco de Quevedo. Éste último, llama estantigua a un personaje misterioso, que cubre su cara con la capa y va vestido de riguroso luto.

La Estantigua, como leyenda que es, no sólo se habla de ella en la zona central del antiguo Reino de Castilla (Soria, Salamanca, Palencia, Valladolid, Segovia y Burgos), sino que son muchas las regiones, provincias y comarcas de España que tienen su propia “Santa Compaña”. Por ejemplo, en Zamora se denomina Estadea a una mujer que vaga por los caminos y los cementerios y que se aparece a quién va a morir, en el Reino de León se denomina a la Hueste de ánimas. En Asturias, por ejemplo, denominan Güestia a una procesión de personas encapuchadas que se acerca a la casa de un enfermo moribundo exclamando “Andad de día, que la noche es mía” y, tras dar tres vueltas en torno a ella, el enfermo muere. Por último, en la zona de las Hurdas en Extremadura, aparece un Corteju de Genti de Muerti compuesto por dos jinetes fantasmales que causan de madrugada el pánico en los pueblos, ya que quien los ve puede resultar muerto.

Espero, querido lector, que te haya gustado esta nueva entrada en el blog. Muy pronto, en nuestro canal de youtube, tendrás más curiosidades sobre esta leyenda. ¿Te lo vas a perder?

José M. Magro