BRINDIS. De «Historias de las 3:33»
En12 junio, 2021 | 0 comentarios | Sin categoría |

Él estaba sentado en el sofá de su casa como cada tarde. En su regazo descansaba un libro de misterio: una novela sobre dos detectives que tenían que investigar un extraño caso de asesinato ocurrido en algún pueblo de Inglaterra. La típica novela que empieza por el final y poco a poco vas descubriendo quién mató a quién.
Pero aquel día era especial porque era su cumpleaños. Después de más de veinte años casados, por fin podríamos celebrar su cumpleaños en casa, sin esperar a que llegara de trabajar o de algún viaje de negocios.
La verdad es que había buscado el lado positivo a todo aquello. Cuando me dijeron que mi amor había tenido un accidente me llevé las manos a la cabeza. Por mi mente pasaron muchísimas cosas, todas malas. Pero por lo menos estábamos aquí los dos, celebrando su cumpleaños.
Cuarenta primaveras cumplía, y además de verdad, en el mes de abril. El día 23 para ser más exactos.
Fui a la cocina mientras él mantenía su novela sobre el regazo. Descorché una buena botella de vino tinto y puse dos copas. Le puse la copa con cuidado en la mano y brindamos. Después de beber yo, le ayudé a él.
La movilidad era bastante reducida desde el accidente.

Pero no pasaba nada: los dos nos unimos hace tiempo en la salud y en la enfermedad, y en la riqueza y en la pobreza. Con mucho cuidado le limpié el vino desparramado por su barbilla y fui a por la tarta. Había estado toda la mañana cocinando para él sus platos preferidos y una tarta de chocolate que siempre decía que «estaba para chuparse los dedos».
Fui a la cocina y cuidadosamente saqué la tarta del frigorífico. Busqué dos platos. Aquella vajilla se utilizaba solo para los casos especiales: la primera vez fue el día que celebramos nuestro primer aniversario, y ahora aquel día estábamos celebrando su cumpleaños, sin contratiempos, sin prisas, sin nadie a nuestro alrededor, los dos solos.
Partí dos trozos: aunque el médico nos había dicho que no podíamos abusar del azúcar, los trozos eran bastante gordos. Pero daba igual, era su cumpleaños y era una vez al año.
Allí en el salón puse su canción preferida. Y mientras entré en el salón, con la luz apagada, entonaba sus versos preferidos. La luz de las velas iluminaba mi salón y la tarta llegó a la mesa.
Él seguía allí, mirándome plácidamente. Aquel accidente le había dejado muy tocado así que, cuidadosamente, le di de comer aquella tarta. Después de comer yo la mía, le limpié y le di un beso en la frente. Estaba muy feliz de compartir su cumpleaños con él después de tantos años posponiendo la celebración por cuestiones de trabajo. Pero aquel día, cuando el médico me dijo que había fallecido, prometí que su cumpleaños lo celebraríamos juntos. Por eso, ayer fui al cementerio y desenterré su cadáver para poder cantarle el Cumpleaños Feliz.

 

José M. Magro

Extracto de la novela «Historias de las 3:33».

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