A raíz del suicidio de la actriz Verónica Forqué se han vertido muchas opiniones en torno a la responsabilidad de las redes y de los programas de televisión por la delicada exposición que las figuras mediáticas están sufriendo en cierto tipo de programas. Hoy escucho que una presentadora del programa Sálvame denuncia el linchamiento en redes de los personajes públicos y me asombra que la autocrítica no aparezca por ninguna parte.

Si analizamos brevemente cómo funcionan ciertos productos televisivos, en concreto los reality (Gran Hermano, La Isla de la Tentaciones, Supervivientes…), los programas del corazón (Sálvame), algunos programas con pretensión “terapéutica” (Hermano Mayor) y algunos programas de tertulia política (La Sexta Noche); podemos coincidir en observar un denominador común: cómo se potencia y se hace ostentación de la crítica inmisericorde, cómo se busca airear las circunstancias personales más delicadas de los personajes, cómo se promueve el enfrentamiento en directo y sin filtro de los temas más íntimos y personales, cómo se potencian las figuras más controvertidas en detrimento de otros personajes más sensatos y maduros.

La contemplación pública de nuestros aspectos más miserables (quien esté libre de pecado tire la primera piedra) es un disparo a la línea de flotación de nuestra identidad sana, la mirada social que nos construye, aquí nos destroza. El resultado final incrementa lo patológico y alienta la producción de actos de destructividad manifiesta (violencia, suicidios). ¿Dónde está el cuidado de la salud?

Es una responsabilidad colectiva que tenemos que asumir cada vez que visionamos y aplaudimos estos formatos televisivos. La casquería no nos hace mejores ni ayuda a las personas involucradas en su proceso de crecimiento emocional. Recordemos que tampoco nos hace mejores a quienes lo contemplamos.