Presentación del libro NO SABES QUE LO SABES de Sebastián Rubiales
En15 julio, 2019 | 0 comentarios | Sin categoría |

PRESENTACIÓN DEL LIBRO NO SABES QUE LO SABES. APUNTES PARA UN ALFABETO DE EMOCIONES” de Sebastián Rubiales Bonilla

Fundación Caballero Bonald – Jerez de la Frontera. 28 de junio de 2019.

Buenas tardes, antes de comenzar quiero comentaros que, en estas últimas semanas, he estado debatiéndome entre dos cuestiones: de una parte, intentar dar respuesta a qué os gustaría escuchar sobre el autor o sobre su obra y, de otra, qué desearía él que yo contara sobre los mismos asuntos a quienes asistís a este acto. Es decir, he vivido últimamente balanceándome en un dilema entre el deseo de satisfaceros como oyentes y el de satisfacerle como amigo.

Quiero recordaros que, en cualquier caso, hoy es un día especial para todos nosotros. En mi caso porque puedo leeros, en voz alta, unas palabras dirigidas a Sebastián, nuestro autor protagonista, palabras que intentarán presentar su libro, su pensamiento y también presentarle a él, aunque muchos de los presentes le conozcáis sobradamente. Vaya por delante mi agradecimiento al autor, con todo mi cariño, por haberme concedido el honor y la oportunidad de estar ante vosotros con tan tremenda encomienda. Espero no defraudarte más de lo sensatamente predecible.

Hace años, quizás algunos más de los que probablemente nos gustaría a los dos certificar, conocí a Sebastián Rubiales, el autor de “No sabes que lo sabes. Apuntes para un alfabeto de emociones”, libro que hoy nos reúne. Hemos mantenido ambos en todos estos años, numerosos encuentros y conversaciones, en contextos y situaciones diferentes y, ya concretamente en la última etapa, hemos compartido trabajo y reflexión como colegas en el Instituto de Formación Sistémica, “Cooperación”, donde Sebastián ha venido colaborando. Puedo contaros que me siento testigo privilegiado en el devenir de parte de su historia. Como atento espectador del trasunto Rubiales surge lo que os quiero contar del autor y de su obra, en parte por lo que creo saber de él, simplemente porque él me lo quiso contar; de otra por lo que me haya podido enseñar al dejarse mirar más allá de las palabras y, a la postre, por lo que yo haya creído adivinar detrás de algunas de sus imposturas, adornadas habitualmente por un excelente sentido del humor y por una ironía descarnada.

Aunque muchas son las actividades desarrolladas y múltiples los logros personales de Sebastián en el transcurso de los años, prefiero hablaros hoy de algo muy concreto, que lo hace único y especial para mí. Me refiero a su maravillosa capacidad para contar historias, indistintamente que esas historias hayan llegado hasta mí escritas o habladas, envueltas en el papel de estraza de un ultramarino pedáneo de La Barca de la Florida, en el papel milimetrado de un plan general de urbanismo, en el transparente celofán que sugieren sus lugares perdidos, en las inquietantes cajas de origami que se postulan en la psicoterapia y en la atención a las familias en dificultad o, cómo no, en los lazos primorosos que culminan su dedicación al trabajo asociativo.

Podéis preguntaros por qué me quedo, de entre tantas facetas, con la del contador de historias.

Sebastián consigue con la palabra y con sus relatos, iluminar preciosamente escenas y hacerlas trascender de lo cotidiano, darles el barniz apropiado y la vibración emotiva precisa que sólo la magia de las palabras bien ordenadas dibuja. Los olores que te sugieren las tardes de Tesalónica, aunque nunca la visitaras, o el frescor del agua donde mojar los pies en aquella fuente de Majarromaque; nos acompañan como pequeños e íntimos paraísos, capturados obsequiosos a los ojos del lector. Debo ser sincero, porque no sé cuánto de Antanas Zakauskas, el misterioso protagonista de El Algoritmo Rubiales, anida entre los pliegues de nuestro autor. No sabemos cuánto subsiste aún del hábil tahúr con cartas marcadas, cuánto del niño curioso que, en la fuente de los Tres Chorros, tenía su frontera hacia poniente; cuánto del seductor impertinente cuyo objetivo, según sus propias palabras, “es el juego en sí mismo, la aventura, el desafío, la provocación. No tanto el resultado. Y si me apuran un poco -dice Rubiales-, el objetivo es conseguir una cierta admiración imaginaria, un poco onanista” (pág. 86).

Sebastián ya atravesó la tercera puerta -momento vital que ambos compartimos- y, como diría Benedetti (1965), “aprendió y usa lo aprendido para volverse lentamente sabio para saber que al fin el mundo es esto, en su mejor momento una nostalgia, en su peor momento un desamparo y siempre siempre un lío” (Curriculum de Mario Benedetti).

Es honesto en lo que cuenta porque, como bien dice: “Lo normal y lo frecuente es que estemos a medio camino entre el miedo y el valor, entre la generosidad y el egoísmo, entre lo bueno y lo malo. Y en ese “a medio camino” hay innumerables matices” (pág. 38).

Quiero recomendar la lectura de “No sabes que los sabes”, y no porque pudiera ser parte de mi cometido en la presentación de hoy. Su lectura es sabrosa porque en el libro se desgranan reflexiones de calado sobre la importancia de las emociones en las relaciones humanas, porque sitúa y destaca acertadamente a las familias como marmita donde nos construimos, porque se habla de la psicoterapia como instrumento para la salud y sobre la importancia de reflexionar sobre la educación de los hijos, temas todos que comparto y donde ambos somos cómplices y aliados.

Pone el énfasis acertadamente en cómo nuestra historia, la que se encarnó sólidamente en cada uno de nosotros, nos puede llegar a cegar hasta impedirnos alimentar el alma de aquellos a quienes más amamos, los hijos. Nos dice Sebastián: “nuestros hijos no vienen a llenar ninguna carencia emocional, ni son una ofrenda para la abuela, ni vienen al paraíso donde todo se tiene a mano ni al infierno donde nada se merece; no vienen a darnos la felicidad ni a quitárnosla. Vienen a la vida. A celebrar la historia de su vida” (pág. 54). Me consta del amor de Sebastián a sus hijos e hijas, de la -en ocasiones- compleja expresión de su ternura, de la preocupación por el bienestar y la autonomía de sus hijos, del orgullo por sus logros. No me siento ajeno al debate que le inquieta, de cuánto de sus temores anidan en la visión y previsión de los futuros posibles aunque consiga enmascararlos en un leve arqueo de cejas o en una sonrisa cáustica.

En gran medida, estas reflexiones recogidas en su libro apuntan señales de una contemplación serena y filosófica en torno a la vida, a los años y a la existencia. Como nos dice el autor: “El dolor es el camino más corto para la introspección. Cuando hay dolor el mundo se pone entre paréntesis. Nada existe, solo tú. Mejor dicho, solo yo” (pág. 73). Me adhiero a sus palabras porque, efectivamente, acepto y comparto que el dolor es el anfitrión que nos invita a caminar la senda del conocimiento propio. Dice Sebastián que para aprender las cosas importantes, se requiere que el maestro consiga “volverte la mirada hacia dentro, hacia tu pozo” (pág. 76). Revivir y resituar la familia a la que pertenecemos, el legado y la herencia que se recibe como hijo referente, las lealtades imposibles que siempre precisamos gestionar en las encrucijadas de la vida.

De todo este interesante proceso nacen valiosas reflexiones, soluciones a medias, aunque  el autor nos advierte y protesta anticipadamente recordándonos que no quiere ser gurú, que no cree en los libros de autoayuda. Probablemente ya aprendió hace tiempo que los libros se escriben para uno mismo, para explicarse, para contemplarse de una forma diferente, para verse reflejado en los ojos de los otros; lo que no es óbice para que esté vivo el deseo y el placer de que esos otros nos visiten, paseen sus miradas por los renglones que han sido ordenados primorosamente por el escritor. Como nos dice en su libro: “Si yo necesito al Otro para ser yo, la identidad pura es una quimera” (pág. 122), pero es verdad que, y sigo parafraseándolo, “nuestra naturaleza viene a medio construir y tenemos que terminar de hacerla con los demás. Con su expectativa de que seamos lo que se espera de nosotros. Con su mirada” (pág. 103).

Hoy es vuestra mirada la que ayudará a hilvanar algunos dobladillos del autor, a dotarle de una presencia aún más magnética si cabe, a aprender a mirarle -desde lejos- en un velador parisino, con un libro entre sus manos, tomando un café en Les Deux Magots. A mí me gusta esta idea porque Sebastián es, además, un nostálgico amante de las liturgias poéticas y narrativas, de los espacios míticos donde pululan los artistas. Quizás me gusta esto, en especial porque me transporta a momentos pretéritos, en su forma de contar y en la luz y en la fragancia que desprenden sus imágenes. Hay algo en él de los escritores españoles de la generación del 98 y del 27 (la importancia de los maestros, las imágenes costumbristas de Cádiz en algún relato de El Pacto y otras novelas cortas), algo de los existencialistas franceses (entre los poetas malditos, la nouvelle vague y la gauche divine), hay una poética de la vida, del reflejo de sí mismo como una proyección cinematográfica del escritor, galán de la bohemia, rodeado de bebedores de absenta, como en los cuadros de Degas o de Picasso. Solo puedo imaginarlo, por tanto, en los cafés literarios de la vetusta Europa, en el Antico Caffé Grecco de Roma, en el Gran Café Gijón de Madrid o en el A Brasileira de Lisboa. Y, por supuesto -por qué no-, en el reabierto Café Royalty de Cádiz.

Las cosas que Sebastián aprendió en su vida y nos cuenta, tienen un sonido sabio, una cadencia sensata, un eco agridulce. Nos dice cosas como: “si juegas en el campo de juego que conoces obtendrás las respuestas que ya conoces” (pág. 27) o “si quieres ser realmente feliz, no te tengas tan en cuenta” (pág. 49). Puede advertirnos, por ejemplo, que “para la formación del carácter, también (tienen) -hay- que aprender (más en la familia que en la escuela) la fortaleza para sobreponerse a un fracaso, la solidaridad con el sufrimiento ajeno, dominar la impaciencia de una recompensa, sujetar la ansiedad que provoca una dificultad o asumir la tristeza ante una pérdida irreparable” (pág. 116). También denuncia y nos avisa sobre la malquerencia, sobre “los abrazos malos, los abrazos rotos, los abrazos falsos” (pág. 43).

Me gusta comprobar cómo nuestro autor sabe mantenerse, y me apropio de sus palabras sacadas de su contexto original, “lúcido, inteligente, culto, interesante y hasta atractivo” (pág. 142), porque el problema no son los años -dice- ya que “lo sensato es aprovechar lo mejor de cada edad y sobrellevar lo menos bueno porque toda edad se justifica en sí misma”. Estaremos de acuerdo que, al final, es mejor -en sus palabras- no “apechugar con una sociedad de silicona, viagra y antidepresivos” (pág. 142). Dice Sebastián, y son sonoras verdades, que:

Para esto, sin embargo, no tenemos muchos mimbres: un cuerpo sometido a la ley de la gravedad y unas ansias incomprensibles de persistir en el tiempo. El resto nos lo tenemos que inventar. El peligro es no estar a la altura de lo que se espera de nosotros. Defraudar(nos) como personas, como generación, como especie. Abandonar a su suerte la vida del planeta, la vida de nuestros semejantes y la nuestra propia. Abandonarnos estúpidamente renunciando a lo único cierto que tenemos a mano: la fe en el más acá para construir una vida digna de ser vivida” (pág. 147).

Para ello, nos regala una interesante reflexión:

Creer en el más allá es relativamente fácil. Lo complicado es creer en el más acá. Creer en esta vida, que es de momento la única que tenemos y que está hecha de reveses y sinsabores –cuando no de tragedias e injusticias– a la vez que de alegrías y gozos” (pág. 91) … “Necesitamos una fe en el más acá. En la compasión. En el misterio de la vida. En nosotros mismos. En que la vida salve a la vida” (pág. 113).

Lo escrito por Sebastián es su legado, recuerdos de su silueta, de su perfil íntimo, para quienes queremos mantenernos conectados a su palabra, a las semillas esparcidas en las páginas de su obra. Como dice Benedetti (1978-1979) en su Testamento de Miércoles, y Sebastián Rubiales lo refleja:

… lego tropos y metáforas de uso privado

que modestamente acuñé en la tarde

por ejemplo el astillero en que reparo mis sueños

el pájaro aleatorio que surge del crepúsculo

la cortina de lluvia que miro y no descorro

lego un remordimiento porque es aleccionante

y un poco de tristeza porque es inevitable

también mi soledad con la ilusión

de que el jueves resuelva no admitirla

y me sancione con presencias varias

lego los crujidos de mis viejas bisagras

también una tajada de mi sombra

no toda porque un hombre sin su sombra

no merece el respeto de la gente…”

Rubiales nos obsequia imágenes, personajes, reflexiones porque, al final, nos entrega lo más preciado y atemporal, perlas para el recuerdo ya que, como diría nuestro autor: “en realidad, somos una mota de polvo en el huracán de la naturaleza y en el torbellino de la historia. Poca cosa, en verdad” (pág. 128).

Para terminar quiero resaltar el hecho de que esta tarde, en la presentación de “No sabes que lo sabes”, todos podemos sentirnos orgullosos por haber sido convocados en torno al bello arte de la escritura, que sea hoy motivo de celebración y conjura por la publicación de un nuevo libro que leer, de un nuevo libro del autor, porque -parafraseándole-: “quizás merezca la pena que te sientas contento con las cosas que eliges hacer. Al fin y al cabo, ninguno de nosotros saldrá de aquí con vida” (pág. 152).

Muchas gracias.

Juan Miguel de Pablo Urban (28/06/2019)

 

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