A modo de dedicatoria: a mi padre, por si desde la ausencia puede sonreírme cuando me nombran y a mi madre, por enseñarme a leer y escribir.
Para recordar el origen,
en la voz del padre,
siendo aún tierno, simple
e indefenso «gorrión».
Para tantear, en las dudas,
la mano encallecida,
como estela perseguida
a la que me aferré asustado.
Para escucharte en las canciones
que portabas del exilio,
ventiquattromila baci
en el absurdo limbo suspendidos.
Para olerte en cal y arena,
agua y albero, yeso y cemento…
perborato sódico,
linimento Sloan.
Para sentirte. Latido,
relámpago sanguíneo,
óseo, cartílago,
la roca que araño, la piedra que amo.
Para olvidar cuándo marchaste,
¡qué me importa!
Si venció la vergüenza,
la traición de la inocencia.
Para grabarte en tatuajes,
pasillo interminable,
sangrando en la nostalgia,
ausencia, luto y fantasma.
Para perdonarme, yermo paraje,
diapasón, verdes ojos acuosos.
Para aceptar ser segundo,
de rodillas postrado,
adornando en el pecho,
la Mano del Rey.
Para tenerte ahora,
y tocarte invisible, inasible,
soplo de aire, tempestad,
llama prendida, hoguera,
voz sin rostro, trueno,
vela, rayo,
hijos, hombres.