Otoño en el Dracón y el lobo de fuego
En31 diciembre, 2019 | 0 comentarios | Sin categoría | Etiquetas: , , ,

La historia de El Dracón y el lobo de fuego transcurre durante el otoño en el reino de Ondrat. Una bonita estación para disfrutar de una entretenida lectura como esta. Os dejo un breve fragmento:

 

Levantó la cabeza hacia la colorida bóveda que formaban los gigantescos y espigados alitos sobre sus cabezas. Las inmensas copas de aquellos árboles cuyas ramas se veían poco a poco despobladas de hojas, aún mostraban los tonos amarillentos, rojizos y ocres propios de la estación. Toda una paleta de brillantes colores otoñales únicamente destinados a los contados viajeros que osaban internarse en su espesura.

Eran muy pocos los que se atrevían a atravesar aquellas extensas tierras envueltas en el misterio. Índigo jamás había llegado a ver a ninguno de los muchos espíritus que según la creencia popular habitaban en los alitos del Bosque de los Nacidos. Aunque no verlos no impedía que se le erizara el vello de la nuca con la molesta sensación de ser permanentemente observado por cientos de ojos tras cada tronco, tras cada hoja…. Es curioso como la mente humana puede llegar a sugestionarse de semejante forma, mascullaba para justificar un repentino estremecimiento que le puso la piel de gallina.

Según contaba la leyenda, habían sido las gentes de la hoy desaparecida ciudad de Pluria las que habían creado aquel inmenso bosque en lo que en la antigüedad eran solo praderas. Sus ancestrales creencias los unían a los árboles de por vida. Cada nacimiento era celebrado con la plantación de un alito en cuya corteza se grabaría con el tiempo el nombre de su hermano humano. Ambos crecerían y prosperarían al mismo tiempo sobre la tierra que los vio nacer. Cuando el nacido de mujer moría, sus cenizas se enterraban entre las nudosas raíces del árbol para seguir alimentando su desarrollo. De esta manera, ambos seres se fundían en una sola entidad que perduraría por la eternidad de los tiempos.

Índigo se sonrió al recordar aquella historia. Era un cuento hermoso sin duda. Los sabios plurios podían sentirse orgullosos de su eternidad. Los alitos eran seres fuertes y muy longevos, casi eternos por lo que él sabía. Árboles altos, de troncos rectos y corteza lisa y suave, sin ramas intermedias por las que poder trepar con facilidad. Su valiosa y rara madera de color verde era muy apreciada por los ebanistas del reino, aunque muy pocos carpinteros se atreverían a talar alguno de aquellos magníficos ejemplares. Una maldición caería no solo sobre el artesano que realizara tal sacrilegio, sino que esta se extendería también a toda aquella persona que poseyera cualquiera de los objetos fabricados con tan sagrada materia prima: una madera impregnada con el espíritu que albergaba. Y no todos los espíritus descansaban en paz después de la muerte. En el bosque predominaban los alitos hermosos y esbeltos, pero también los había retorcidos y amenazantes. Cada árbol adoptaba la personalidad del alma humana que albergaba, se convertían en sus… avatares en la eternidad.

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