La Princesa es una linda chica de pelo largo y liso, sabia y trabajadora, pero sobre todo, creativa. No para de superarse, a pesar de que ha crecido sin cariño.
¡Qué fuerza tienen mis Princesas! ¡Cómo las admiro!
En el colegio lo sabían porque a la salida ella le decía al profesor: «No quiero irme a mi casa. Es que mi madre me pega». Los profesores o no tenían ganas de líos, o no creían lo que ella les decía, pero lo cierto es que, si sacaba notas bajas, iba temblando a casa. Si era un suspenso, había paliza, y si era un cinco, su madre le golpeaba la cabeza contra la pared.
«Y sabes… como la pared era de gotelé, me salía sangre».
En ese momento se rasgó algo dentro de mí. Ella, una Princesa verdadera, no culpaba a su madre de la sangre, sino al gotelé.
«Niña mía, si la pared hubiera sido lisa, también te habría salido sangre». Su silencio, su mirada serena, su postura elegante… Todo su pasado estaba apagado y, sin embargo, ella estaba allí entera, llena de vida y dulzura.
Mis Princesas son increíblemente valiosas para mí, porque me enseñan cada día cómo se puede conseguir el brillo puro partiendo de los colores más opacos.