Como vemos en las relaciones Tinder, el problema no está en tener sexo sino en poder desnudarse emocionalmente ante el otro, por eso hay que huir tras las citas -especialmente los varones- o esconderse tras una aparente desidia o desinterés por el otro -más habitualmente las mujeres-. Lo que destaca es el miedo a mostrar la propia fragilidad, ya sea en las emociones que surgen en torno a la dependencia, ya sea en la decepción prevista ante el posible abandono.
“El yo posmoderno le tiene más miedo a la intimidad que al sexo, pues en la intimidad nos exponemos al otro, mientras que en el sexo, concebido como un intercambio exclusivamente físico, es posible mayor protección y un uso del otro como función, uso que se incrementa debido a la creciente educación sexual de los jóvenes, eminentemente pornográfica. Pero, sobre todo, el individuo actual teme sufrir, odia ser vulnerable, y exponerse o reconocer el sufrimiento lo acerca a su fragilidad. Desear a otro y comprometerse con ese deseo es en sí mismo una virtual fuente de dolor, ya que cuando deseamos reconocemos nuestra falta y aspiramos a satisfacerla con algo que no depende exclusivamente de nosotros sino de la persona elegida, es decir, con algo sobre lo que no tenemos control” (p. 45) (López Mondéjar, 2022).