Más episodios oscuros
En5 julio, 2018 | 0 comentarios | Sin categoría |

Seguimos avanzando en la misma línea sobre el curso de género negro. En el anterior artículo os expliqué las dos clasificaciones de personajes y escenarios, ahora toca añadir algo nuevo: las dos ramas del género negro.

La primera (sobre lo que más se ha escrito) es la policiaca, la segunda es la denominada «Neo noir». ¿Qué tienen en común? La oscuridad, la negrura del ambiente y sus personajes. ¿Qué las diferencia? En una novela policiaca, siempre va a haber un agente de la ley (ya sea un policía, un investigador privado, etc) que será el que resuelva el crimen, sin embargo en el Neo noir, el foco de atención se puede centrar en el asesino, o en la víctima, pero la policía no interviene en el caso. Para explicarlo mejor, me centraré en las dos novelas que he escrito; la primera La historia de Annie,  es una novela Neo noir. Narro la vida de una chica que ha sufrido un secuestro, una violación, es perseguida por sus agresores, etc (tampoco quiero hacer muchos spoilers), y después está mi segunda novela El asesinato de Kate Meadow,  donde una policía (Leslie Wister) es la encargada de averiguar quién mató a esta chica.

Explicado esto, os dejo otro de mis relatos. Esta vez, la oscuridad se centra en el núcleo familiar. Espero que os guste.

SOFÍA

Mi madre se quedó embarazada de mi hermana cuando yo tenía cinco años. Durante todo el proceso le estuvieron diciendo todo lo que podía y no podía hacer, cómo si ella fuera primeriza y no supiera cómo llevar la situación. Era una mujer con mucho carácter, y el hecho de que estuvieran constantemente atosigándola, no lo soportaba. Mi padre, que la conocía como la palma de la mano, hablaba con ella en casa (yo les podía escuchar a través de la pared de mi habitación), y le decía que tenía que tener más paciencia con todo el mundo, que ya sabía que a la gente le encantaba dar lecciones.

Los primeros meses fueron más o menos bien, eliminando las tiranteces con algunas personas, pero durante el séptimo mes, mi madre se puso muy enferma y tuvo que ir al hospital.

Después de hacerle varias pruebas y de comprobar que mi hermana estaba bien, le dieron el alta. Le habían dicho que era demasiado pronto para sacar al bebé y que podría tener consecuencias nefastas, así que le pidieron que hiciera reposo total y que no saliera de casa. No conocían en absoluto a mi madre. Sin embargo, para mi sorpresa, cumplió su parte del acuerdo.

Fueron unas semanas muy duras para ella y mi padre, así que decidieron que por la salud del bebé, lo mejor era que yo me quedara con mis abuelos una temporada; hasta que el bebé naciera. Yo no quería, pero tampoco podía hacer gran cosa. Si tus padres te dicen que tienes que hacer algo, lo tienes que hacer te guste o no.

La relación con mis abuelos, hasta ese momento, se limitaba a verles los fines de semana y ya, pero pasados los primeros días y de haberme encontrado ante una situación que no podía cambiar, decidí que no quería estar enfurecida y que debía divertirme, total, solo iban a ser unas semanas.

Aproximadamente uno o dos días antes de que naciera Sofía, escuché una frase que me horrorizó. Mis abuelos estaban en el salón, y se pensaban que yo ya estaba metida en mi cama durmiendo, pero me levanté para hacer pis y fue cuando les oí hablar. Me quedé de pie detrás de la puerta sin decir nada, solo intentaba comprender cómo alguien como mi abuela, podía decir tal cosa de su hija y de su futura nieta.

Fui sigilosa al cuarto de baño y no tiré de la cadena para que no supieran que estaba por ahí rondando, me volví a meter en la cama y empecé a darle vueltas a lo que había escuchado. No entendía por qué mi abuela había dicho tal cosa, pero no iba a permitir que mi madre no fuera feliz.

Regresé junto a mis padres a casa después de que Sofía hubiera nacido, y para mi sorpresa, mi madre no dejaba de llorar. Pensaba que era algo normal, pero más tarde entendí que sufría depresión postparto, y también comprendí que no era nada bueno. Yo la intentaba consolar haciéndola reír como solo yo sabía, pero no funcionaba. Me contagiaba su tristeza y no quería que ninguna de las dos fuéramos infelices. Le pregunté varias veces qué le pasaba, y lo único que hacía era mirarme y con una expresión muy desolada, me decía que nada, que ya se le pasaría.

Nuestro piso era muy pequeño, y Sofía tenía su cuna en mi habitación. Me levanté de la cama cuando todo el mundo dormía, y me acerqué a mirarla. Tenía una expresión muy rara en la cara. Le dije cuánto la odiaba por hacer que mamá estuviera tan mal, que estábamos mucho mejor cuando ella no existía y que por qué había nacido. También le dije que nadie la iba a querer nunca, que los abuelos pensaban que era un bicho raro, aunque yo no lo creía, simplemente sentía rencor por hacerle daño a la persona que más quería en este mundo.

En aquel momento, se me ocurrió que podía solucionar nuestro problema. Cogí mi almohada, la coloqué sobre su cara, y me metí de nuevo en la cama. Si no la podía ver ni oír, no existía.

Al día siguiente, me desperté entre gritos y sollozos. Me sacaron en volandas de la cama y me colocaron frente a la cuna para que pudiera observar lo que había hecho. Sofía había muerto por asfixia. No me pidieron ninguna explicación de por qué lo hice o qué era lo que pretendía, simplemente me internaron en un lugar del que nunca he salido.

No he vuelto a ver a nadie de mi familia. Han pasado diez años y todavía sigo esperando que algún día mi madre, o mi padre, o incluso mis abuelos, crucen esa puerta para verme y preguntarme qué era lo que había pasado para que hiciera lo que hice. Necesito que sepan mi versión, necesito que me perdonen y me saquen de aquí. Necesito que sepan que jamás pretendí matar a mi hermana, que no lo hice por celos o porque tuviera algún problema.

Yo solo quería que volviéramos a estar todos como antes. Yo solo quería que mi madre fuera otra vez feliz.

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