Una historia negra
En15 junio, 2018 | 0 comentarios | Sin categoría |

Os comenté en un artículo anterior, que estaba realizando un curso de escritura on line sobre género negro, y se me ha ocurrido la idea de ir añadiendo a este blog los trabajo que voy realizando.

Tengo que explicaros, que cada trabajo tiene una consigna diferente, es decir, cada relato debe abarcar diferentes aspectos del género negro.

Lo primero que debéis saber, es que una novela negra o policial puede estar ambientada en dos escenarios: Negro o Blanco. El Negro transmite de por sí una tensión adicional (un cementerio por la noche, una escuela abandonada, un país en guerra, etc), mientras que con el Blanco se puede jugar mejor con el enigma, porque puede suceder en cualquier lugar la trama (una playa de arena blanca viendo un atardecer impresionante ¿Qué pasará? ).  Lo mismo ocurre con la construcción de personajes. Negros: asesinos, violadores, etc. Blancos: Una profesora, un niño pequeño, etc.

Dicho esto, os dejo mi trabajo de escenario negro, personaje negro. Espero que os guste.

LA MUERTE COMO COMPAÑERA DE VIAJE

He vivido mucho y de manera muy intensa toda mi vida. Cabe destacar, que me dedico desde los dieciséis años a realizar trabajos especialmente incómodos para algunas personas; me explico, soy lo que se llama un sicario.

Decido narrar ahora mi historia, porque a pesar de vivir entre la vida y la muerte constantemente, hará unos tres meses, me ocurrió algo insólito, incluso para mí, que lo he visto casi todo.

Todo comenzó cuando el gobierno de un país (no voy a decir cuál), requirió mi ayuda para una misión. Ahora mismo os preguntaréis << ¿Cómo es posible que una persona que se dedica a matar por dinero, pueda contar con el beneplácito de un gobierno? >> No seáis ingenuos. Cuando alguien es muy bueno en lo que hace, aunque esto sea ilegal, los políticos son los primeros en darte la mano para que estés junto a ellos. También he de decir que no te quedan más salidas; si contribuyes en su causa, no te persiguen y condenan, si no, pues lo que te queda es una vista preciosa de las rejas de tu celda. Tras este breve, pero necesario paréntesis en mi historia, continúo.

Me pidieron que viajara a Afganistán, necesitaban tener control sobre un poblado donde el ISIS está muy arraigado. Me confirmaron mi misión, y a quién debía liquidar. Tan solo me proporcionaron eso; un billete de avión, una dirección y un nombre, lo demás era cosa mía.

Esta parte, fue bastante fácil. El hombre en cuestión no era de los más relevantes en esta célula terrorista, así que matarle no me costó demasiado, pero nadie me advirtió de lo que vendría después. Regresé al país que me contrató para llevarles las pruebas de mi misión lograda, y dejarles los papeles de dicho señor que me habían pedido que cogiera. Todo fue de lo más normal. Me dieron el dinero por mi trabajo, y me dijeron que se pondrían en contacto conmigo nuevamente. Vamos, el pan de cada día. Sin embargo, no caí en la cuenta de que el señor al que había asesinado, debía tener un dron grabando todo lo que había hecho. Y digo dron, porque cámaras de seguridad, no había por ningún sitio. Lo comprobé y me cercioré de ello. Así que ese dron, que no vi, me grabó con total claridad ¿Cómo lo sé? Porque me pusieron el video antes de la tortura.

Había trascurrido una semana desde la misión, cuando tuve que regresar a Afganistán para ayudar a una amiga en la suya. Ella trabaja legalmente para ese gobierno en cuestión, pero a veces me necesita de apoyo, ya que yo puedo hacer cosas que ella no; como torturar hasta la muerte, o simplemente colarme en casa durante la noche y desollar a todo el que esté ahí dentro. Me vi en un avión de vuelta al inframundo esperando no encontrarme con nadie del ISIS. Cuando pisé suelo afgano, uno de los policías de aduanas me apartó a un lado y me dijo que esperara un momento. Entonces observé a lo lejos que llegaban dos señores de traje (aparentemente diplomáticos) y una mujer con una expresión facial muy extraña. Me explicaron que eran del gobierno, y que necesitaban hablar conmigo en privado. Accedí y me fui con ellos. Los hombres pertenecían al partido conservador, la mujer al revolucionario, que más adelante me enteré que apoyaban al ISIS. Me comentaron las tiranteces que había entre su gobierno y para el que yo trabajo, que les encantaría firmar un tratado de paz, y que sabían que yo tenía mucho poder en cierto órgano de dicho gobierno. Les dije que estaban equivocados y que no era la persona idónea para hablar sobre ese tema. Entonces la mujer me pidió que la acompañara, que quería presentarme a alguien.

Estábamos en su coche oficial, y dos hombres armados entraron al vehículo cuando pasamos por un callejón, me apuntaron, y me obligaron a bajar. La mujer, en cuanto salimos del coche, me dijo: “piénsatelo bien y llámame”. Mil preguntas me venían a la cabeza: << ¿Que me piense el qué?, ¿Quiénes eran esos dos tíos?, y la mujer esta ¿En qué bando juega? >>. Mi expresión, pese a la incertidumbre que recorría mis venas y que tenía la cabeza cubierta por una bolsa negra , era de lo más natural; como si me pasara eso todos los días. En este trabajo, no puedes mostrarte débil en ningún momento, tienes que aparentar que todo está bajo control, si no, estás perdido.

Me quitaron la bolsa y me encontré sentado y maniatado en una silla. Alrededor todo estaba en ruinas. Lo único que quedaba en pie eran las paredes. Trajeron de un cuarto adyacente, una televisión donde me pusieron el video de mi intrusión en la casa del hombre al que había asesinado. La imagen se congeló viendo en la pantalla mi rostro, y me explicaron quién había sido esa persona. Me contaron el plan que tenían, y que yo había sido el elegido para llevarlo a cabo. Solo vi en uno de ellos un atisbo de remordimiento por lo que me iban a hacer, y gracias a él, no estoy muerto y os puedo contar lo que pasó.

Me introdujeron en una cámara de gas sarín y grabaron todo el proceso, después, virilizaron esas imágenes al grito de “Alá es grande y esto es lo que os pasará”. Antes de introducirme en dicha cámara, aquel chico me inyectó un antídoto. Lo único que consiguió fue no llevarme hasta la muerte, pero pude sentir todo el dolor y cómo me quemaban las entrañas mientras me grababan.

 

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