Sobre la desobediencia
En12 diciembre, 2021 | 0 comentarios | Sin categoría |
Mi formación psicoanalítica estuvo muy apegada al pensamiento fromniano. Vuelvo a leer a Erich Fromm y me sigue emocionando, 40 años después, por su fino análisis y preclara visión sobre la vida. He elegido un párrafo sobre la desobediencia de perfecta aplicación a día de hoy:
“Sólo si una persona ha emergido del regazo materno y de los mandatos de su padre, sólo si ha emergido como individuo plenamente desarrollado y ha adquirido así la capacidad de pensar y sentir por sí mismo, puede tener el coraje de decir “no” al poder, de desobedecer. Una persona puede llegar a ser libre mediante actos de desobediencia, aprendiendo a decir no al poder. Pero no sólo la capacidad de desobediencia es la condición de la libertad; la libertad es también la condición de la desobediencia. Si temo a la libertad no puedo atreverme a decir “no”, no puedo tener el coraje de ser desobediente. En verdad, la libertad y la capacidad de desobediencia son inseparables; de ahí que cualquier sistema social, político y religioso que proclame la libertad pero reprima la desobediencia, no puede ser sincero” (Sobre la desobediencia y otros ensayos) (Fromm, 1981, p. 15-16).
En mi libro «El ciclo de Andros: masculinidad, paternidad y psicoterapia», dediqué algunos comentarios a este tema. La desobediencia es necesaria e imprescindible para el crecimiento emocional, así se constata en los textos religiosos y mitológicos, por ejemplo, la expulsión del paraíso de Adán y Eva tras desobedecer a Dios y tomar la fruta prohibida, o el robo del fuego realizado por Prometeo. Se requiere, por tanto, desobedecer al padre y a la madre, a aquellos de sus deseos o pretensiones que entran en colisión con los deseos y pretensiones de los hijos e hijas, para constituir una personalidad adulta. Evidentemente existen consecuencias, la desobediencia tiene un coste inevitable, en forma de castigos, de exilios, si se osa desobedecer al orden establecido. Es un precio que hay que pagar. La desobediencia hacia el otro (política, religión, familia) solo es eficaz, sana, y tiene sentido cuando responde a la obediencia que le debemos a nuestro propio criterio y decisión, ya que los sistemas a los que pertenecemos nos pueden exigir lealtades que entran en conflicto con nuestros deseos, contra nosotros mismos.
Erich Fromm aclara más la situación cuando nos dice:
“Si un hombre solo puede obedecer y no desobedecer, es un esclavo; si solo puede desobedecer y no obedecer, es un rebelde (no un revolucionario); actúa por cólera, despecho, resentimiento, pero no en nombre de una convicción o de un principio.
Sin embargo, para prevenir una confusión entre términos, debemos establecer un importante distingo. La obediencia a una persona, institución o poder (obediencia heterónoma) es sometimiento; implica la abdicación de mi autonomía y la aceptación de una voluntad o juicio ajenos en lugar del mío. La obediencia a mi propia razón o convicción (obediencia autónoma) no es un acto de sumisión sino de afirmación. Mi convicción y mi juicio, si son auténticamente míos, forman parte de mí. Si los sigo, estoy siendo yo mismo” (Fromm, 1981, p. 12-13) (Sobre la desobediencia y otros ensayos).
Voy a trasladar estas observaciones a la visión relacional y familiar, a lo que se requiere de los hijos/as para su efectivo crecimiento emocional:

El/la hijo/a debe asumir la responsabilidad de la protesta, de la lucha por ejercer su derecho a ser diferente, opinar distinto, caminar en la dirección que considere aunque difiera de la estipulada, arriesgarse fuera de la aparente seguridad de la familia. Esta protesta implica aceptar que la desobediencia es deseable e inevitable.

El/la hijo/a deberá desobedecer y frustrar el deseo de la madre, el deseo de que permanezca a su lado, de que sea consuelo y sostén, cálido refugio y elixir de juventud. Por el contrario, deberá permitirse “robar la llave”, como relataba Robert Bly en su libro «Iron John», que se esconde “bajo la almohada de mamá”. Porque esta llave no se consigue con una solicitud educada o con una paciente explicación, la llave solo se obtiene en el acto de hacerla suya, a expensas y contra el deseo de la madre.

Esta desobediencia implica robar el fuego, como hizo Prometeo, acceder a la sabiduría de los padres, a los secretos de la vida, abandonando la inocencia delicada y el respeto ciego a las normas que se le han impuesto. Porque hay una ley superior, la ley de la vida, que le recuerda su destino, su camino, su elección.

Los padres sufren este proceso, se angustian ante el miedo de que sus hijos desaprovechen sus vidas y piensan que sólo haciendo lo que se ha pensado para ellos, obtendrán la mejor solución para su futuro.

No debemos confundir la desobediencia con la protesta adolescente de muchos jóvenes.  Ellos pueden ejecutar una danza ritual de rebeldía ante sus padres, pero donde sólo giran sobre sí mismos o en torno a sus padres, en un movimiento de amenaza y repliegue continuo, sin cambios en el transcurso del tiempo. Es una danza eterna, en una queja por no recibir lo que se desea, por no ser reconocido, por no ser escuchado, pero sin romper nunca la cadencia de ese baile. Los movimientos están pautados y se sostienen por décadas. Esto es lo que Fromm llamó «rebeldía», algo muy diferente a lo «revolucionario» que sí implica un auténtico cambio.

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Para ampliar el tema puede acudirse al siguiente link:
Erich Fromm : El hombre ha perdido su capacidad de desobedecer.
Texto de Erich Fromm, publicado bajo el título «La desobediencia como problema psicológico y moral».

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