Leyendo a Bauman y Donskis (2016), en su libro «Maldad líquida», me interesa la descripción de la figura del «aristónomo», basada en la novela «Aristonomía» de Boris Akunin (2012). Dicen los autores al respecto: “Aparte de la referencia a la raíz aristos («excelente» en griego antiguo), la denominación «aristónomo» alude también a nomos («ley»): para un aristónomo, alcanzar la excelencia es una ley que jamás podría ignorar ni transgredir. Simplemente, no podría hacerlo, fueran cuales fueren las circunstancias, y esa incapacidad es precisamente la causa de su excelencia” (p. 96). Y dice más adelante: “Los aristónomos no reconocen juez más supremo que su propia conciencia: es como si siguieran aquel principio de Albert Camus que decía «Me rebelo, luego existo»” (p. 97).

El resultante es la posición ética de aquellos individuos que tienen la fortaleza individual para actuar, hacer lo justo, mantener la distancia crítica suficiente para no aceptar las imposiciones o las presiones de lo social, lo político o lo cultural, y si es preciso transgredirlas a pesar de las consecuencias.