Mi admirada Annette Kreuz Smolinski, me recomendó recientemente a Adela Cortina, catedrática emérita de ética en la Universidad de Valencia, y he comenzado a leerla para poder profundizar en lo que quiero llamar ética del reconocimiento como fórmula que sustenta el trabajo de los profesionales de la psicoterapia.

No es posible una psicoterapia sin ética, sin que el terapeuta se sitúe en una posición reflexiva y crítica con las normas morales y con las ideologías de una sociedad determinada, para así poder acompañar a los pacientes en las transgresiones necesarias que requiere todo proceso de crecimiento emocional.

A modo de ejemplo: “En la vivencia del rechazo afloran la conciencia de vulnerabilidad y de injusticia, dos emociones que abren el mundo moral, porque la humillación es inaceptable cuando yo la sufro y cuando a la vez tengo razones para defender que nadie debería padecerla. Las virtudes de la ética comunicativa son, entonces, la justicia que se debe a los seres que son autónomos, capaces de hacer su propia vida, y la solidaridad, sin la que no podrían llevarla adelante como seres vulnerables” (Adela Cortina, en “La Ética Cosmopolita”).

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