Los motivos por los cuales uno de los hijos es elegido como víctima no siempre están claros, pero en el caso de él estaba claro y lo peor es que lo sabía: era gay.

Cinco hermanos, un «chico de oro» y él, la víctima propiciatoria. Desde los 13 años hasta el día de hoy, cuando su madre tiene 95 años, fregando y dedicado a su cuidado; sintiéndose culpable si le pasaba algo malo a la mamá… A cambio, no le deja llevar a casa a sus amigos, y menos aún, buscarse un novio…

Y para vengarse de que haya vuelto más tarde, ella no se pone los parches de morfina, para que le duela, para que él la vea sufrir… o no come, o lo amenaza con excluirlo de su testamento, o le aplica la «ley del silencio» durante días.

Me enseña las palmas de las manos y las mueve: «estos son mis estudios». No le dejó seguir en la escuela… Sólo, a fregar, a ayudarla en casa. Nunca aceptó que fuera gay. Ni siquiera ahora que lo necesita tanto.

Él está atado a ella, y tiene miedo de acudir a la consulta de la Trabajadora Social para consultarle las alternativas: «Cuando se entere, me mata. No sé si quiero ir a esa cita que usted me propone».

Miedo, desamor, culpa.

Cuando su madre muera (no creo que viva muchos años más, pero nunca se sabe), ¿qué será de él? ¿podrá volar con sus alas cortadas? ¿se enganchará a una pareja que lo maltratará? ¿se liberará de la carga que ha llevado toda la vida?

Le deseo todo lo mejor. De verdad.

Fernández-Amela madres narcisistas tóxicas