Más de uno pensará: —¿Qué dice esta mujer?… ¡La escritura le da color a mi vida! —.
¡Claro que esto es cierto! Imagina que has comenzado a redactar sobre una tarde apacible de verano. ¿Cómo describirías el cielo?… Seguramente dirías que no te habías percatado de la belleza del firmamento de esa tarde de junio. Que el azul del cielo te da la sensación de profundidad que sólo puede percibir un espíritu extasiado por el encanto del color cerúleo que pende sobre su cabeza. Que el blanco fulgurante de las nubes errantes, te recuerdan las últimas vacaciones de invierno en Mont Blanc, en la compañía del gran amor de tu juventud.
Y qué decir de las diversas tonalidades de verde que se abren ante tus ojos como una alfombra suave que te invita a recostarte. Muy cerca de ti, se perciben aromas y colores, como un regalo divino para tu vista y que perdurará en ti hasta el último día de tu vida. Ahora, tus ojos se concentran en los colores rojo, amarillo, rosa, morado y naranja de todas las flores del lugar. Todas ellas te provocan emociones encontradas porque las relaciones con tus amores y desamores pasados. Continúas tu recorrido visual y ahora te topas con los colores café, blanco, gris y negro de las aves que se posan en los árboles o en el estanque que tienes frente a ti y piensas en lo que podrías lograr si tuvieras la posibilidad de volar y alcanzar la bóveda celeste que te arrastró a ese momento de infinita tranquilidad.
Sólo ha bastado la redacción de dos párrafos para brindarte un instante lleno de color, sin que hayas tocado siquiera un solo pincel, ni mirado una imagen. Este es el verdadero poder de la palabra escrita. La redacción de una sola línea puede cambiar el color de tu día.