Doblarlo todo necesariamente no ayuda
En20 febrero, 2021 | 0 comentarios | Artículos |

Reconozco que me resulta más fácil ver a Bruce Willis que al propio Ramón Langa cuando oigo su voz, y que siento un incómodo estremecimiento cuando vuelvo a ver «Dirty Dancing» y en algún momento de distracción veo a José Luis Gil hablar desde los labios del sonriente Patrick Swayze. Es la elegante Lauren Bacall la que en «El sueño eterno» le dice a Humphrey Bogart: «… no me gustan sus modales», cuando en realidad es la muy familiar voz de María Luisa Solá. Con dolor contenido Rosa Guiñón desde los cándidos ojos de Audrey Hepburn nos conmueve en la escena final de «Desayuno con diamantes»: «Somos un par de infelices sin nombre, no pertenecemos a nadie ni nadie nos pertenece, ni siquiera el uno al otro». Imposible identificar la neurótica verborrea de Woody Allen sin Joan Pera.

El cine, al menos el cine y la televisión que recuerdo y he disfrutado, no sería el mismo sin las actrices y los actores de doblaje. Vaya por delante mi respeto y mi admiración por los dobladores, que son ante todo actores y actrices de talento.

No obstante, el doblaje tiene al menos un par de aspectos negativos. El primero lo he detectado en alguna serie reciente en la que no solo eran traducidos al castellano los diálogos del idioma original, también eran los propios dobladores quienes ponían su voz cuando el personaje se expresaba en un idioma diferente. Así tenemos a un actor doblando a otro del inglés al español (sin entrar en la simulación de determinado acento porque el personaje en cuestión lo tenga) y luego soltando una parrafada en ruso, o árabe. Pido perdón si me equivoco, pero supongo que por muy capaces que sean los y las profesionales del doblaje su pronunciación del Esloveno o del Farsi tendrá sus lagunas. Este, digamos, exceso de celo, que sospecho no parte de los propios dobladores, me parece innecesario e incluso, si me pongo en la piel de quien tiene esos idiomas como lengua materna, casi una falta de respeto. Noto ese mismo disgusto al escuchar a algún actor extranjero soltar una frase en castellano como un papagayo, sin ningún matiz ni inflexión.

El otro aspecto negativo que presenta el doblaje es su influencia directa en nuestra dificultad para aprender y hablar otros idiomas. España mantiene un déficit permanente respecto a los idiomas. Al contrario que ciertas naciones, a las que su situación en el mundo las ha estimulado a adquirir un más que razonable uso de otras lenguas, cuando no su cohabitación lingüística (como en el caso de los países del norte de Europa), nuestro país apoyado en la fuerza de la expansión del castellano, tenía por costumbre desdeñar cualquier otro habla. Es algo tan arraigado en nosotros, que al comentar que aprendo Portugués la pregunta espontánea es: ¿Por qué?, olvidando que somos países vecinos que comparten una península y una historia.

«The times they are a-changing» cantaba Dylan. Reconocemos sin fisuras que los idiomas son indispensables en este mundo globalizado. La educación se convierte en bilingüe, pero nuestra sociedad no. Pecamos de un absurdo optimismo si creemos que se puede asimilar un idioma sin una inmersión lingüística, solo con una pocas horas en clase. El mero esfuerzo educativo no puede competir con las incontables horas que todos pasamos desde la infancia viendo dibujos animados, programas y películas convenientemente doblados a nuestro idioma.

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