Soy un chico reality
En20 febrero, 2021 | 0 comentarios | Artículos |

La innegable realidad es que solo se es joven una vez y que esa energía juvenil es perecedera. Pasamos desafiantes por esa etapa de la vida con la cabeza llena de sueños anticipando mil proyectos. Al menos así debería ser. Prácticamente ningún cambio importante en la historia ha venido de manos de la madurez, porque cuando maduramos nos convertimos en prisioneros de nuestra vida, de nuestros miedos, de nuestras responsabilidades, de una esperanza corrompida. Los jóvenes son, como ha ocurrido siempre, quienes encarnan el impulso para transformar el mundo a mejor. Esencia y rebeldía que irrumpen inspirando revoluciones. Hoy, en esta sociedad tecnificada y aséptica de nuestro primer mundo, una parte importante de la juventud parece no llevar nada dentro.

«Soy un chico reality» decía en un programa de televisión un entrevistado para definirse. En apariencia este «chico» lo tenía todo según el estándar: juventud, buena estatura, físico curtido de gimnasio y popularidad. Sin embargo, le faltaba algo, le faltaba alma. Se refería a si mismo como un producto comercial encapsulado en un contexto, no como una persona. Eliminado el soporte del «reality» no es nada, no es nadie.

Buena parte de una generación tiene como objetivo vital ser carne de plató. Ganarse el dinero vendiendo sus miserias con tesón en espiral ascender, durante el mayor tiempo posible, en reñida competencia con las miserias de otros. Chicas y chicos jóvenes que pasean palmito de «reality» en «reality» desplegando una vulgaridad y una escasez intelectual bochornosa. Tan similares entre ellos que podrían pasar por clones fabricados en serie para la rutinaria tarea de llenar con la exposición de su existencia las horas de gente tan muertas por dentro como ellos.

No parecen tener plan «B». Aparentemente no saben hacer otra cosa con la que aspirar a la fama y al reconocimiento, o simplemente desconocen otro medio de ganarse la vida. No saben cantar, actuar, bailar, ni pegarle patadas a un balón y no parecen tener ninguna habilidad digna de elogio, salvo parlotear, posar y ser jóvenes con buen tipo. Se lanzan a la arena de la telerrealidad a contar y mantener su «verdad», una serie de historias ridículas y absurdas en retroalimentación endogámica e infinita. La mayoría desaparecerán siendo sustituidos por otros y otras de similar calidad, unos pocos llegarán a la cumbre del Olimpo televisivo, a eso que a falta de profesión se ha dado en llamar: «colaboradores». Los escasos elegidos conseguirán sección o programa propios e incluso serán la imagen de, por ejemplo alguna marca de electrodomésticos que no se podrá permitir pagar nada mejor. A estos no les quito mérito porque para todo hay que valer.

¿Cómo hemos llegado a una sociedad en la que el objetivo de una persona joven con todos los recursos posibles a su alcance sea únicamente ser «famosa», ser una «celebrity»? No hay que ser alguien para ser famoso, hay que ser famoso para ser alguien. La cuota de pantalla, los seguidores en las redes sociales, los «likes» marcan al peso el valor de mercado de estos jóvenes.

No todos los jóvenes siguen este repulsivo camino del famoseo «per se». La mayoría se levanta con un sueño audaz, tal vez con una vocación, pero con los pies pegados a la tierra. Van a estudiar y trabajar espoleados por esa idea. Dejarán en ese empeño interminables horas, años. Se cargarán de decepciones. Probándose a sí mismos compartirán su días con la duda y la esperanza, pero llegarán.

Entre todos debemos conseguir que cuando lleguen ahí, a lograr su meta: por grande o pequeña sea. Que les merezca la pena. Que no tengan que malvivir con empleos y sueldos precarios sin poder dejar la casa de sus padres, que no se sientan frustrados y engañados. Convertirlos en ciudadanos y ciudadanas orgullos, que puedan inspirar a otros para no rendirse y alcanzar otros sueños, para convencerlos de invertir su juventud en llegar a ser lo mejor que puedan ser, la mejor versión de lo que quieran ser. El progreso del mundo es cosa de ellos. De no hacerlo así, corremos el riesgo de ver como miran con tristeza una pantalla, rehenes del tiempo perdido, pensando que han desperdiciado su juventud como idiotas cuando podrían haber ganado dinero fácil sentados en un plató de televisión.

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