Sobre la necesidad del pensamiento humanista en los profesionales de la psicoterapia
En9 febrero, 2022 | 0 comentarios | Sin categoría |
A veces se olvida, en el ámbito de la psicoterapia, la necesidad y la importancia de que los psicoterapeutas estén involucrados y sean explícitos respecto a qué visión ética y filosófica, del mundo y de la humanidad, responden y se sienten cercanos. La apuesta por la teoría y la técnica clínica, desde el pragmatismo, oscurece muchas veces la reflexión de los profesionales, invisibiliza las conexiones éticas y filosóficas que deben envolver y dar sentido a nuestro trabajo.
Decía Erich Fromm (1964), en su libro «El corazón del hombre», reflejando su concepción humanista a la que siempre me sentí cercano, que:
«El credo es que cada individuo lleva en sí a toda la humanidad, que la «condición humana» es una y la misma para todos los hombres, a pesar de diferencias inevitables en inteligencia, talentos, estatura y color. La experiencia humanista consiste en sentir que nada humano es ajeno a uno, que «yo soy tú», que un ser humano puede comprender a otro ser humano porque los dos participan en los mismos elementos de la existencia humana. Esta experiencia humanista sólo es plenamente posible si ampliamos nuestra esfera de conocimiento. Nuestro conocimiento se limita habitualmente a lo que nos permite conocer la sociedad a la cual pertenecemos. Las experiencias humanas que no encajan en ese marco, son reprimidas» (p. 87).
Dice más adelante, sobre la bondad y la maldad:
«El hombre no es bueno ni malo. Si se cree en la bondad del hombre como la única potencialidad, se estará obligado a una falsificación optimista de los hechos o a terminar en una amarga desilusión. Si se cree en el otro extremo, terminará uno siendo un cínico y estando ciego para las muchas posibilidades para el bien de los demás y de uno mismo. Una opinión realista ve las dos posibilidades como potencialidades reales, y estudia las condiciones para el desarrollo de una u otra de ellas.
Estas consideraciones nos llevan al problema de la libertad del hombre» (p.119).
Estos planteamientos nos recuerdan cómo cada uno de nosotros va armando una concepción y construcción sobre la vida, sobre nuestro lugar en el mundo y sobre nosotros mismos. Las alternativas finales, para Fromm, son dos: el síndrome de decadencia o el síndrome de crecimiento (p. 119). Estas dos opciones conforman nuestro pensamiento, nuestra visión política y social, nuestra tarea respecto a los demás.
Extraño los autores que, como Marcelo Pakman, consiguen engranar la tarea psicoterapéutica y una visión profunda de nosotros mismos.
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