En esta semana, mientras supervisaba una sesión de terapia familiar, se comenzó a hablar en el equipo del uso de las metáforas en los procesos terapéuticos y de sus apreciables ventajas.

El uso de metáforas en psicoterapia tiene un largo recorrido y muestra su potencia terapéutica, en especial, cuando éstas parten del propio paciente o de la propia familia consultante.

La metáfora surge en aquella imagen o narración que va a concitar en sí misma el problema planteado y las posibles soluciones. Por ejemplo, la familia relata: «Hemos mantenido un cuadro con fotografías de los abuelos fallecidos de cara a la pared. No podíamos mirarlo. Últimamente hemos podido hacerlo, darle la vuelta, y hemos podido hablar sobre ellos y sobre lo ocurrido de forma más natural». Esta metáfora es coincidente con otros temas que la familia presenta: acontecimientos dolorosos que no se hablan ni se miran manteniendo al sistema estancado, rígidamente evitativo. El planteamiento del problema y la forma de solucionarlo están implícitos en la imagen-relato presentada.

Pensando en la fortaleza de la intervención cuando surgen las metáforas acudo a un párrafo de Carlos Almonte (2010) que dice:

«El uso de metáforas es una de las herramientas privilegiadas del arte de la comunicación y de la psicoterapia implícita, entendiendo por terapia implícita aquella en la cual el terapeuta induce cambios en el curso natural del proceso personal sin explicitar el hecho o la forma en que se implementan, dirigiéndose a que el consultante tome conciencia sin sentirse amenazado o cuestionado y, por tanto, actúe defensivamente» (p. 13).

(En «Embudos mágicos. De metáforas y terapias: la estrategia metafórica»).