Sobre la desinformación
En9 marzo, 2022 | 0 comentarios | Sin categoría |
Hoy escuchaba en la radio una noticia: habitantes de Ucrania que tenían familiares y amistades en Rusia, al ponerse en contacto con ellos e informarles de lo que ocurría, quedaban atónitos ante el total desconocimiento de sus allegados e, incluso, ante ciertas teorías conspiranoicas que algunos mantenían sobre la situación. Simultáneamente escucho cómo, tras la invasión de Ucrania, los mensajes reiterados en redes sociales en defensa de los antivacunas y otros de corte segregacionista o políticamente radicales (de derecha e izquierda), se han reducido ostensiblemente tras la invasión. Es decir, los famosos bots que realizan tareas repetitivas, desde diferentes ubicaciones físicas y/o virtuales, y que se encargan de difundir mensajes reiterativos sobre diferentes temas (sanitarios, políticos, sociales, raciales), han cambiado sus objetivos ahora para así poder centrarse en la propaganda en torno a los eufemismos sobre la guerra con Ucrania.
Sin entrar a valorar la posible responsabilidad histórica de algunos estados -como Rusia, China o Estados Unidos-, en la promoción y propagación de campañas de desinformación que, en muchos casos, pretenden modificar la opinión de la ciudadanía (por ejemplo, en las elecciones USA con el triunfo de Trump) y, en otros, meramente procurar la desestabilización de estados democráticos, resulta patente la intención de fomentar corrientes de opinión extremas, violentas y radicales, recurriendo para ello a mentiras flagrantes, a la exaltación de medias verdades, o a la construcción de opiniones tendenciosas e interesadas. Las teorías de la conspiración que últimamente se han extendido, nos permiten contemplar asombrados todo un despliegue de acusaciones y difamaciones. La prevalencia de la cultura de la cancelación, la violencia verbal en los debates, el insulto y la degradación de la imagen de las personas, tanto en el ámbito de personajes públicos como en el uso del ciberacoso entre jóvenes y adolescentes; son todos ejemplos del uso dañino y perverso del lenguaje. Lenguaje, poder e identidad, como en el título del libro de Judith Butler (1997), van irremisiblemente unidos: «¿Podría acaso el lenguaje herirnos si no fuéramos, en algún sentido, seres lingüísticos, seres que necesitan del lenguaje para existir? ¿Es nuestra vulnerabilidad respecto al lenguaje una consecuencia de nuestra constitución lingüística?» (Butler, 1997, p. 16).
La desinformación produce un importante daño lingüístico, daño que no es diferente del daño físico. Este proceso de comunicación basado en la desinformación se manifiesta a través de heridas en el alma, heridas marcadas desde la sospecha, la inquina y el desprecio. Cuando el silencio sobre lo que ocurre, la información sesgada, se produce en las familias, comprobamos los serios trastornos emocionales (psicosis por ejemplo) que generan. Desde un punto de vista macrosocial, ya fuera de lo familiar, tiene también efectos devastadores.
Necesitamos ser reflexivos y críticos ante lo que se nos ofrece como la verdad oficial o las verdades oficiosas. Es necesario poder situarnos en una posición ética y descreída sobre aquello de lo que se nos pretende convencer, sea desde lo no dicho o desde lo repetido desde las redes sociales y los mass-media.
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