Leyendo a Irene Vallejo, me encuentro una bella reflexión sobre la necesidad de evitar la cultura de la cancelación, aquella que se sustenta en la creencia sobre la bondad de los actos que hacen desaparecer la historia oscura. La importancia de incorporar nuestra historia, con sus luces y sombras, tanto nuestra historia personal y familiar como la historia de la cultura y de las civilizaciones de las que participamos; es crucial. «Reconocer el contexto variable en el que suceden nuestros juicios con vocación de eternidad es un avance en la comprensión histórica» (p. 347). Dice Irene Vallejo:

«Los libros nos convierten en herederos de todos los relatos: los mejores, los peores, los ambiguos, los problemáticos, los de doble filo. Disponer de todos ellos es bueno para pensar, y permite elegir. Resulta difícil evitar el sobresalto ante la extraña mezcla de creatividad, esplendor, violencia y atropellos característica de las civilizaciones que construyeron los cimientos de Europa. Este desasosiego es casi un axioma de la modernidad tardía. En 1940, uno de los años más oscuros de la historia europea, Walter Benjamin, prófugo en la Francia ocupada, escribió su célebre reflexión incendiaria: «No hay documento de cultura que no lo sea al mismo tiempo de barbarie»». (p. 368-369) (Vallejo, 2019, en «El infinito en un junco»)