Mis regalos navideños preferidos son los libros. Este año, entre otros, me ha llegado “La experiencia de la pérdida”, de mi admirado Joan-Carles Mèlich. Reescrito en 2017, ha sido traducido al castellano y publicado en 2022.

He entresacado un precioso párrafo donde habla del abrazo. Estoy de acuerdo en considerar el abrazo como el gesto por antonomasia destinado al consuelo del otro, es un gesto, en sí mismo, terapéutico y sanador. Para ello deberá cumplir, al menos, tres condiciones: la primera, debe ocurrir en silencio (Mèlich expresa acertadamente la perversión del gesto si se habla); la segunda, ser apretado (cuerpo a cuerpo), corporalmente sentido; y, tercero, mantenerse más tiempo del que las normas de decencia aconsejan. Dice Mèlich:

“El abrazo es el gesto del consuelo, porque con él se expresa la presencia gratuita, silenciosa. A diferencia de lo que ha dicho la tradición, no es la filosofía la que consuela, sino el abrazo, la presencia (mía) que rodea el cuerpo (tuyo). El abrazo no dice nada, solo muestra. El silencio es vital. Un abrazo ruidoso no tiene sentido, más bien al contrario, es indecente, sería como un poema que necesita ser explicado para poder ser entendido. Del mismo modo que el que explica el poema destruye el poema, lo que se habla en el abrazo destruye el abrazo” (p. 104).

(Imagen: Obra “El abrazo” de Rafael Canogar)