Toda definición personal y profesional nos marca unos límites, unos márgenes que, de forma más o menos consciente, nos fuerzan a trabajar dentro de un campo predeterminado, más o menos cerrado. Para evitar quedar constreñidos en nuestra tarea, limitados por el mero hecho de ser etiquetados como psicoterapeutas, tenemos que permitirnos un espacio de reflexión con el que poder ejercer la libertad para desembarazarnos, en lo posible, de las micropolíticas dominantes que están ya insertas en el ejercicio profesional de la psicoterapia. Tomo las palabras de Marcelo Pakman, en una entrevista realizada en Chile, en 2019, cuando hablando sobre el hecho de ser terapeuta dice: “Se puede tener la idea de que ser terapeuta debe ser comprometer tu identidad profesional con un modelo (…) con un cierto modo de actuar que está lleno de definiciones abstractas sobre qué es un problema, cómo se soluciona un problema, etcétera. Es como un trabajo bajo amenaza (…) la amenaza de ser coherente. Lo que yo fui viendo es que los terapeutas, llevados por necesidad desde adentro de las situaciones en las que estamos, traicionamos permanentemente este tipo de pasión por la unidad y coherencia. Y está bien que lo traicionemos, porque tiene que ver con la variedad enorme de situaciones en las que estamos, y con la necesidad de que justamente tenemos que tener la libertad de poder salirnos de los guiones ya escritos acerca de cómo hay que actuar y demás” (Pakman, 2019).