Eternamente
En6 enero, 2021 | 0 comentarios | Sin categoría |

Por fin estás aquí, otra vez. Y otra vez puedo oírte llegar en silencio y sentir tus caricias pícaras jugando entre mis largos brazos que se extienden hasta la saciedad para poder abrazarte. Vuelvo a besar tu aliento frío y a escuchar tus cálidos susurros cuando te acuestas a mi lado al atardecer, me estremezco, y tiemblo, no de placer, sino de temor a no volverte a ver.

            Se ríen de mí, no porque sea triste, ni porque sea viejo, sino porque me ruborizo como un niño al sentirte, me acuerdo del momento justo en que me enamoré de ti, y me lleno de un segundo esplendor en el que todos callan y admiran mi repertorio de tonos amarillos anaranjados y rojizos ardientes, pero nadie sabe que eres tú el causante de toda esa belleza imponente. Sin embargo, nunca tienes suficiente, y a cada soplo me vas desnudando, muy despacio, poco a poco el frío recorre mi carne y mi semblante se torna desdichado, mortecino, esquelético e intimidatorio. Al final, cuando ya soy totalmente tuyo y me has descubierto por completo, te vas, me abandonas, me dejas sin más, cual desecho que no merece ni un atisbo de compasión.

            Y como cada año, tu marcha casi me extermina, y como cada año vuelves a mí y, otra vez, me acaricias, me susurras, me ruborizas, me desnudas, y tiemblo…, al pensar que volverás a dejarme despojado de toda mi efímera y desmedida belleza, quedándome en la más ridícula humillación, solo y deplorable, viviendo tan sólo con la esperanza de que me encuentres una vez más, pues és lo único que me da fuerzas y engendra vida en mí. Durante un largo año,  me preparo, me arreglo, me hincho de orgullo para que quedes algún día prendado de mí, y frente a tal obsesión les oigo mofarse y decir: “Que amor tan insólito, el de un viejo roble enamorado del Otoño”. Pero no me avergüenzo, nací para amarte, no tengo otro fin, y tú, para seducirme, una y otra vez, y enseñarme a hacer frente a la crudeza redundante que la vida me asigna. Sin embargo, pereceré tarde o temprano, y tú, seguirás aquí hasta el fin de los días, y me olvidarás, eso si es que alguna vez me has recordado.

            Tras de mí se alza mi enemigo más fiero y cruel, se acerca pausadamente sin freno, presiento que quiere consumir el bosque sin piedad. No puedo escapar. No puedo gritar, ni tan  siquiera llorar. Agito mis ramas con desesperación, su crujir es el único grito que puedo manifestar ¿Alguien me podrá oír? No quiero ser devorado por las llamas sin luchar, pero, ¿qué podría un simple roble hacer? Lamento irme de este mundo sin saber si me has amado alguna vez. Tu silencio me duele y me atormenta, tanto o más que el fuego abrasador que me rodea.

            Percibo el ardor acechándome y el olor denso a muerte, las llamas en breve me alcanzaran. Este es el fin, mi fin, pero sólo pienso en ti, y no puedo odiarte, tan sólo amarte. Qué pobre desgraciado de mí.

            Me resigno, desisto en mi lucha, y discurro en cómo exhalar el último lamento. Justo entonces, una inmensa nube gris colmada de agua se acomoda sobre mí, y descarga su furia destripando todas aquellas llamas, desgarrándolas a mi alrededor y disipándolas hasta su extinción. El fuego, apenas me ha rozado.

            Miro al cielo, la nube se desvanece rápidamente, como por arte de magia ¿Qué ha pasado? ¿Lo habré soñado? O, ¿has sido tú que respondes a mis dudas, en silencio? Respiro hondo y tu aliento cruza dulcemente con descaro entre mis ramas despobladas, acariciándome por doquier y un escalofrío surge a su vez. Justo entonces, muy tenuemente, puedo oír tu ronca voz susurrándome: “Qué amor el nuestro, tan insólito, y qué tortura para mi pobre roble ser amado en el silencio, mas mi alma te pertenece. Silencia las burlescas murmuraciones de mi parte, y anúnciales que tuyo es el Otoño, eternamente”.

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