Nuestro banco
En6 enero, 2021 | 0 comentarios | Sin categoría |
Y vuelve el otoño con sus característicos anaranjados y sus hojas mortecinas bailando a mi alrededor, todo un paisaje de melancolía cargado de tal aflicción que lo hace aún más bello. El sol calienta ya extenuado mientras finas nubes germinan en un cielo de telarañas. Sin embargo, tú no estás.
Y vuelvo a sentarme en nuestro banco, como hacíamos antaño. No quiero recordar cuánto hace que me has dejado solo, dolería demasiado, prefiero imaginar, cómo haría un loco, que aún estás a mi lado. No me importa si la gente me mira mal, hace tiempo que dejó de importarme si creen que carezco de dignidad, pues por ti fui y, soy capaz, de hacer una barbaridad.
La vida transcurre frente a mí, sentado en este banco: niños, jóvenes, madres y ancianos, pasan por delante, pero nadie se percata de tu triste ausencia, para ellos nunca fuiste importante.
Y vuelvo a extrañar nuestros paseos, tus besos al llegar a casa, nuestras siestas en el sofá, nuestras miradas que hablaban sin palabras, después de tantos años sabíamos perfectamente qué pensaba el uno del otro.
Sigo manteniendo conversaciones con el aire, aunque ya nadie me escucha, mas no me importa, así no me siento tan solo y pensar en voz alta es lo único que aún me hace sentir que sigo vivo, porque este silencio asesino me mata, muy lentamente.
Y vuelve la primavera a tintar de verde nuestro parque y llenar de flores de colores nuestro banco frente al lago. La vida se abre camino entre las aguas, animalitos surgen de la nada descubriendo el nuevo mundo que les rodea y recuerdo cómo te gustaba pasarte horas siguiéndolos con la mirada, para más tarde regalarme una de tus sonrisas, feliz. Cuánto echo de menos tu sonrisa, porque, sin darme cuenta, yo sonreía con por ti.
No soy creyente, pero desde que te fuiste he hecho todo lo posible por creer que estás en alguna parte, que la vida no se acaba en un simple abismo, que tienes que estar en algún lugar, porque no te mereces estar en el vacío del olvido, porque tú lo eras todo para este cuerpo destartalado.
Si vieras ahora nuestro parque no lo reconocerías, justo cuando está más bello es abandonado, todo el mundo está encerrado en casa por culpa de un virus, muchos de ellos han perdido a seres queridos…, como yo. Nos han prohibido salir de casa, no obstante, yo sigo saliendo, me llaman egoísta, pero soy incapaz de dejar nuestros paseos, aunque que tú no estés, así que tomo tu correa y salgo a la calle cada día, dirección a nuestro banco, me siento en él y mantengo entre mis manos la correa que dejaste deshilachada en mordiscos. La policía me alerta que debo irme a casa, pero no insisten al ver la correa y me preguntan:
—¿Y el perro?
—Se fue… —les contesto en un murmuro.
—Pues vaya a buscarlo señor, no puede estar mucho rato en la calle, ¿de acuerdo? —se van.
—Ojalá pudiera… —susurro, pero no pueden oírme.
Y día tras día salgo a pasear con tu correa y me siento en nuestro banco, sin un ápice de aliciente por modificar mi triste vida. Sé que soy un cobarde, podría rápidamente acabar con esto, con esta soledad, pues a veces creo que ni el mismo virus quiere mi compañía. Gustoso me cambiara por alguna de esas personas que sufren y tienen a quien amar…, y son amadas. ¿Por qué luchar si no tienes a ningún ser vivo que te ame? ¿No es el sueño de todo humano, ser amado?
Cada día me cruzo con la pareja de azul, no me dicen nada… aún llevo tu correa. Y paseo largos ratos alrededor del lago, sin un rumbo fijo, pues no soporto estar en casa porque allí tus recuerdos son más intensos y todo cuanto veo en ese piso me oprime el pecho y me ahoga. Sin embargo, aquí en el parque, tengo la sensación de que te espero y el dolor de tu ausencia se atenúa, se hace más llevadero, una espera eterna en la que me regocijo durante un rato imaginando que en breve estarás otra vez en mis brazos. Creer que volverás de un momento a otro me hace tener esperanzas, tan falsas como la excusa que los policías creen que tengo para estar en la calle, no obstante, de esperanzas y sueños vive el hombre, y soy libre de soñar lo que me apetezca, aunque sea un sueño cruel, pues es más dolorosa la realidad en la que vivo.
En uno de tantos paseos de soledad, mientras todo el mundo permanece en casa encerrado, voy a sentarme en nuestro banco cuando veo una bolsa de basura apoyado en él, cuál es mi sorpresa que al sentarme esa bolsa cobra vida y se mueve. Estupefacto, permanezco un rato observándola, pero nada, y cuando mi curiosidad desiste, la bolsa vuelve a moverse, y pienso en qué harías tu si estuvieras aquí, así que me acerco y olisqueo cuando de súbito vuelve a moverse. No puedo sino indagar más profundamente e intento abrir la bolsa de plástico. Dentro tan solo hay papeles de periódico, fruta podrida y plásticos. ¡Qué guarra es la gente!, pienso por mis adentros. De repente, dos pequeños ojos amarillos aparecen de entre la porquería, me acerco más sin temor, pues tiene que ser algo muy pequeño. Me atrevo a meter la mano para tantear, hasta que mis dedos alcanzan una piel llena de pelo mugriento, lo agarro y lo saco sin titubear, es lo que harías tú.
Me maravillo al abrir mi mano, en ella descubro acurrucado un gatito negro que con pereza bosteza, sucio y apestoso, pero con la mirada más tierna y dulce que jamás haya podido descubrir en un ser vivo. Guardo tu correa en el bolsillo del pantalón para acurrucar a mi nuevo amigo entre mis manos y darle calor.
Se acerca otra vez la policía, y algo enfadados me regañan:
—Oiga, ¿no sabe que no puede estar en la calle? —ven al pequeño animal entre mis manos— No se puede pasear gatos, solamente perros. Anda, váyase a casa y enciérrese allí.
—Sí, señor guardia —contesto con una sonrisa en mi rostro.
—¿Me ha oído? —insiste—, que se encierre en casa.
Me levanto mientras coloco al pequeño animal entre mis brazos, lo abrigo con mi chaqueta y sin quitarle los ojos de encima digo:
—Ahora sí puedo quedarme en casa, porque vuelvo a tener a alguien a quién amar, y ser amado.

Dejar una respuesta

  • Más artículos