LOS DÍAS QUE VIVÍ SIN DIBUJAR

    La raíz de mis dibujos 

 Hay una anécdota de mi infancia que siempre tuve presente en mi subconsciente.  Ahora lo recuerdo perfectamente, como si lo hubiera vivido ayer. Tenía 4 añitos de edad. Estaba en los primeros días de parvulario. La experiencia de iniciarme en la escuela y de abandonar el nido familiar por unas horas la había empezado con incertidumbre, pero recuerdo no estar asustada porque en el centro había mas niños y niñas de mi estatura y aquello significaba que estábamos todos en las mismas condiciones. Además, ¡allí se podía jugar! 

   Lo cierto es que aquel día,  en la última hora lectiva, la maestra nos dio papel y lápices de colores a todos y luego nos pidió dibujar a nuestras respectivas familias. Yo no sabía dibujar. Yo solía más bien colorear libritos de dibujos que ya venían diseñados.  Tomé un lápiz y no supe ni por dónde empezar a trazar una mera silueta.  Miré a mi alrededor y viendo que todos mis compañeros ya estaban haciendo sus dibujos, dejé volar mi imaginación y con un pulso bastante irregular hice lo que buenamente pude. 

   Al acabar, la profesora tomó todas las hojas y luego las pinchó en una pared de corcho como pequeñas «obras de arte» para que todos los niños pudiéramos deleitarnos con los dibujos de los otros compañeros. Y fue entonces cuando aprendí el lado oscuro de la «comparación» y lo que supondría dicho término para el resto de mi vida. 

   En comparación con las familias de los otros compañeros, los miembros de mi familia se veían bastante deformes. Inconsciente de mi diminuta edad y de todo lo que me quedaba por aprender, lo primero que pensé fue que yo no sabía dibujar. Como persona altamente sensible que soy, aquello me descolocó por completo.  

   Recuerdo, que al acabar la clase vi llegar a mi madre y yo, desconsolada, lloraba con sentimiento porque no sabía cómo gestionar la vergüenza de ver aquella «pieza» pinchada en la pared. 30 años pasaron desde aquella anécdota y aunque siempre he sido creativa, lo del dibujo siempre se convirtió en un tema aparte.

Cuando quise añadir ilustraciones a mi libro, me planteé la ayuda de varios amigos ilustradores y dibujantes. Un amigo, sin embargo, me animó a hacerlo yo misma y, obviamente, lo primero que dije fue «no puedo, no sé dibujar». Él insistió y yo me sentía incapaz. Pero días después, me dije a mí misma que si no lo intentaba, nunca lograría quitarme aquella espinita… 

   Para mi sorpresa y bendecida por la luz de la inspiración, conseguí finalmente garabatear algunas líneas simples pero expresivas. Las observé decenas de veces y escogí algunas de ellas y luego las edité digitalmente y las adjunté a mi manuscrito para que sirvieran de apoyo al texto.

   Ahora vuelvo atrás y pienso que, quizás, aquella maestra ni nadie de mi entorno supo explicarme, entonces, que no existe una única forma de dibujar, ni de hacer las cosas, ni de apreciar el arte, ni de crear, ni de opinar.  Nadie me dijo que mi forma de ver el mundo y de reflejarla, simplemente podía ser diferente al resto y que aquello no significaba que fuera peor; simplemente, era especial. 

   Y puede que mis dibujos no sean los dibujos con más técnica del mundo, pero te aseguro que para aquella niña de 4 años, los dibujos de mi libro son todo un motivo de orgullo y superación…

https://www.letrame.com/autores/sandrasantana/

Comentarios 1
Saro Peña Publicado el 16 abril, 2021 a las 7:16 pm   Responder

Qué bonito! Lo sencillo no es menos importante y el mensaje que transmite es lo que le da el verdadero valor👏👏👏✌❤

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